Se ha puesto de moda en
todas las tertulias políticas hablar de la desafección ciudadana hacia la
política en general y hacia los políticos en particular. Obviamente, la calle
acoge reflexiones sobre el tema y lo plasma en opinión que aparece reflejada en
las encuestas del CIS.
La “clase política” o
la “casta política”, se sitúan en las encuestas como el tercer gran problema de
nuestro país, después de la crisis económica y el paro. Estas reflexiones
ciudadanas se trasladan a lo cotidiano y en cualquier lugar y a cualquier hora
se oyen descalificaciones hacia los políticos.
Seguramente, la
ciudadanía acierta en la percepción, toda vez que la traducción real de la
desafección viene motivada por la incapacidad de los políticos en las
instituciones para resolver nuestros problemas y aplicar el gasto público (que
sale de nuestros impuestos) con criterios que no compartimos. Hasta ahí, todo
bien. Los políticos en gobierno (central, autonómico, provincial o municipal),
deberían batirse el cobre para garantizar mejoras en nuestra calidad de vida y
velar por los fines últimos del bien común.
Pero, como en casi
todo, existe otra versión del asunto. Aquella relacionada sobre la
responsabilidad de cada ciudadano, convertido en elector, que cuando es llamado
a las urnas, apuesta por un determinado partido. Así pues, siendo cierto que no
contamos con los mejores fichajes en los equipos políticos de gobierno, no lo
es menos que somos los ciudadanos con nuestro voto los que ponemos o quitamos a
unos o a otros.
A lo largo de nuestra
etapa democrática hemos vivido dentro de un bipartidismo dañino y manipulador
que ha orientado a los electores hacia el PP o hacia el PSOE, alimentando a la
bestia del despropósito y dejando nuestro futuro en manos de auténticas maquinarias
electoralistas y alejadas de la realidad.
El ciudadano tiene todo
el derecho del mundo a quejarse, faltaría menos. Pero no puede ni debe olvidar
que lo que tengamos en política es gracias a su voto, a su participación o
abstención en unas elecciones. De ello se desprende que además del derecho al
pataleo también tenemos la responsabilidad de saber elegir, de analizar las
propuestas que se nos presentan, de aplicar criterios serios a la hora de
seleccionar una papeleta de partido.
Por suerte, muchísima gente
se está dando cuenta del error de continuar con el bipartidismo y cada vez más
se apoyan a partidos políticos nuevos, que con aire fresco pretenden romper con
la casta política para centrarse en la ciudadanía. Pero esa propuesta de cambio
real sólo depende de que el elector sepa elegir.