domingo, 16 de octubre de 2011

RECUPERAR LA DIGNIDAD

Decía Concepción Arenal, que “La dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos”. Su lapidaria afirmación nos debe sumergir en una reflexión de nuestros días que cuestiona con demasiada actualidad el momento que nos toca vivir.

La primera parte, nos indica que en la pérdida del respeto hacía uno mismo se encuentra el germen de lo indigno, de tal forma que cuando nos auto perdemos el respeto comenzamos a resultar indignos. Muchos pretenden colocar la indignación fuera del ámbito de lo personal, buscando siempre culpables externos, los de arriba, los que mandan, los que ordenan. Pero la dignidad se encuentra mucho más cerca de todo eso, dentro de uno mismo y, a la vez, no es una meta a conseguir o dadivosamente otorgada, porque la dignidad o se tiene o no se tiene. O se es digno o no se es.

La segunda parte de la frase nos indica el camino a seguir. Quien tiene dignidad, quien se siento digno, al mirarse a diario al espejo de la vida sabe a la perfección lo que está haciendo o dejando de hacer (acción u omisión), para continuar o dejar de ser digno.

Estamos recibiendo demasiados avisos sobre lo que podemos denominar “la intención de lo indigno” en la vida política de nuestro país, para no extenderme al orbe y hacer larguísimo esta nota. Fundamentalmente, la concepción de la política como una actividad de “clase”, de iluminados y llamados, que practican el axioma del “más allá de nosotros no hay nada”, y que han manejado los hilos y designios de España a su antojo en los últimos treinta años.

En lugar de fortalecer nuestra democracia nos han tejido una red institucional insostenible, cara e ineficaz, con el único objetivo de tener más poder, de que paguemos todos los peajes necesarios en cuantas más instituciones mejor. Una maraña de mandamases, incapaces de abrirse camino en sus vidas profesionales, que se aferran al poder político como una lapa y del que, por supuesto, no están dispuestos a desprenderse.

En realidad hemos sido “cómplices necesarios” en que esto sea así e insisto en lo de por “acción u omisión”. Por eso, recuperar la dignidad no es ya una cuestión de lo otro, de los otros o de los demás, sino llana y exclusivamente, nuestra, de cada uno de nosotros. Mirarnos al espejo y manifestar nuestra disposición a terminar con esto, a cambiar de una vez las tropelías, enchufes, despropósitos y torpezas de quienes nos gobiernan. Es decir ¡Basta! a tanto caradura; es gritar “Estoy Aquí” y no voy dejaros continuar haciendo lo que os dé la gana. Es una afirmación comunitaria de pedir explicaciones y de tomar decisiones para que los de siempre no tenga la impunidad del bipartidismo.

Millones hemos de recuperar la dignidad, que sin duda va necesitar de la implicación política para hacer viable el bien común. Y no hacer nada, quedarnos en casa o simplemente vociferar, no ayudará a que conjuntamente seamos más dignos, sino que propiciará el que continúen los de siempre haciendo lo mismo de siempre: nada de nada.

martes, 4 de octubre de 2011

EVALUAR A LOS POLÍTICOS

Ayer, durante el paseo de pre campaña, tuve la oportunidad de pararme unos minutos a charlar con un ciudadano malagueño que me planteaba una nueva propuesta interesante: ¿por qué no podemos evaluar a nuestros políticos durante su mandato? Y aunque yo le argumentara que un sistema de evaluación puede presentarse en el momento de las elecciones mi interlocutor me corrigió diciendo que no se refería a eso.

“Mire, me dijo, si asemejamos un gobierno municipal, autonómico o del Estado a una empresa privada, las empresas tienen unos presupuestos de ingresos y gastos, unas proyecciones para la mejora de su rentabilidad y los directivos tienen que dar cuenta periódicamente de los avances, logros, pérdidas o dificultades, introduciendo en ese caso las medidas correctoras necesarias”.

“Si una empresa tiene unos directivos que son un desastre en la planificación, que demuestran su incapacidad para estar al frente del negocio, no dude que se les pone de patitas en la calle de inmediato, no se espera al final de su contrato para echarlos. Sin embargo en política tenemos que aguantarnos con las personas elegidas aunque lo hagan rematadamente mal, vayan contra los intereses de la población, hagan cosas que ni siquiera tenían incluidas en los programas cuando los votamos y sin ningún derecho a revocarlos. Han colocado en la ruina al país, ayuntamientos que no tienen ni para pagar su propia nómina cuando antes gastaban a manos llenas, mantienen una estructura administrativa mastodóntica y no tienen ni idea sobre lo que hacer para cambiar esto”.

Obviamente, tuve que explicarle cuáles eran las propuestas de UPYD para reducir los gastos superfluos de la administración en todos sus ámbitos, la necesaria reducción del número de ayuntamientos, la supresión de las diputaciones, la mejora en la gestión eficaz de las comunidades autónomas, etc.etc., escuchándome con mucha atención, para terminar concluyendo:

“Si eso está muy bien y por eso les voy a votar a ustedes, pero los que lleguen a gobernar estarán cuatro año sí o sí, y los ciudadanos no tenemos ningún derecho ni instrumento a revocarlos en caso de mala gestión o ineptitud. Si al menos pudiéramos a mitad de legislatura pronunciarnos en referéndum sobre determinadas políticas que nos afectan a todos, o pudiéramos interpelar o denunciar a tal o cual diputado, alcalde o concejal si hacen mal su trabajo, conseguiríamos un mayor acercamiento de los ciudadanos a la política. Eso es lo que tiene desencantados a los ciudadanos”.

Conclusión: ¿Quién ha dicho que los ciudadanos no tienen interés por la política? ¿A quién le interesa alejarse cada vez más de la población para situarse como casta al margen de lo que piensen los que para ellos son meros votantes? Ambos aceptamos que los partidos clásicos se están comportando como multinacionales de la política y que son los ciudadanos los que tienen en sus manos cambiar esto decidiendo el 20N.