Decía Concepción Arenal, que “La dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos”. Su lapidaria afirmación nos debe sumergir en una reflexión de nuestros días que cuestiona con demasiada actualidad el momento que nos toca vivir.
La primera parte, nos indica que en la pérdida del respeto hacía uno mismo se encuentra el germen de lo indigno, de tal forma que cuando nos auto perdemos el respeto comenzamos a resultar indignos. Muchos pretenden colocar la indignación fuera del ámbito de lo personal, buscando siempre culpables externos, los de arriba, los que mandan, los que ordenan. Pero la dignidad se encuentra mucho más cerca de todo eso, dentro de uno mismo y, a la vez, no es una meta a conseguir o dadivosamente otorgada, porque la dignidad o se tiene o no se tiene. O se es digno o no se es.
La segunda parte de la frase nos indica el camino a seguir. Quien tiene dignidad, quien se siento digno, al mirarse a diario al espejo de la vida sabe a la perfección lo que está haciendo o dejando de hacer (acción u omisión), para continuar o dejar de ser digno.
Estamos recibiendo demasiados avisos sobre lo que podemos denominar “la intención de lo indigno” en la vida política de nuestro país, para no extenderme al orbe y hacer larguísimo esta nota. Fundamentalmente, la concepción de la política como una actividad de “clase”, de iluminados y llamados, que practican el axioma del “más allá de nosotros no hay nada”, y que han manejado los hilos y designios de España a su antojo en los últimos treinta años.
En lugar de fortalecer nuestra democracia nos han tejido una red institucional insostenible, cara e ineficaz, con el único objetivo de tener más poder, de que paguemos todos los peajes necesarios en cuantas más instituciones mejor. Una maraña de mandamases, incapaces de abrirse camino en sus vidas profesionales, que se aferran al poder político como una lapa y del que, por supuesto, no están dispuestos a desprenderse.
En realidad hemos sido “cómplices necesarios” en que esto sea así e insisto en lo de por “acción u omisión”. Por eso, recuperar la dignidad no es ya una cuestión de lo otro, de los otros o de los demás, sino llana y exclusivamente, nuestra, de cada uno de nosotros. Mirarnos al espejo y manifestar nuestra disposición a terminar con esto, a cambiar de una vez las tropelías, enchufes, despropósitos y torpezas de quienes nos gobiernan. Es decir ¡Basta! a tanto caradura; es gritar “Estoy Aquí” y no voy dejaros continuar haciendo lo que os dé la gana. Es una afirmación comunitaria de pedir explicaciones y de tomar decisiones para que los de siempre no tenga la impunidad del bipartidismo.
Millones hemos de recuperar la dignidad, que sin duda va necesitar de la implicación política para hacer viable el bien común. Y no hacer nada, quedarnos en casa o simplemente vociferar, no ayudará a que conjuntamente seamos más dignos, sino que propiciará el que continúen los de siempre haciendo lo mismo de siempre: nada de nada.