A finales de
diciembre de 2013, un grupo de combatientes del ISIS se hacen con la población
de Faluya, a 50 kilómetros al oeste de Bagdad, con 350.000 habitantes. El 3 de
enero de 2014 se proclama el Califato, dando inicio a lo que hoy conocemos como
Estado Islámico. Bakral-Baghdadi se presenta como El Califa, con el nombre de
Ibrahim.
Después de dos años y medio de su fundación, el califato sólo ha crecido, ampliando su radio de acción no solo a Irak y Siria, sino adentrándose en Libia, Mali, Nigeria, Burkina Faso, Costa de Marfil, Túnez y algunos países más, con apoyo de otras milicias muyahidines.
Durante todo
este tiempo, la colación internacional, que dirige Estados Unidos, ha estado
estudiando la forma de contrarrestar su crecimiento y comenzar a detraer y
recuperar los territorios ocupados por ISIS. Bajo la premisa de que no se
podría realizar tal misión si la infantería no ponía su bota en la contienda y
queriendo evitar a toda costa que los efectivos fueses norteamericanos, EEUU ha
llevado a cabo una preparación militar concienzuda del nuevo ejército iraquí
para que sean ellos los encargados de las tomas terrestres.
Con el apoyo
de la fuerza aérea estadounidense, el ejército iraquí, formado ahora por
mayoría de chiíes, se plantea la recuperación de Faluya con la intención de
mostrar al mundo que se inicia una guerra contra ISIS para erradicar su actual
poder. Pero lo que realmente esconde esta ofensiva militar ideada y financiada
por la coalición internacional, es un ensayo y comprobación de los efectos de
un ataque masivo contra una ciudad como Faluya para poder evaluar las bajas en
la batalla, las bajas civiles, el número de personas desplazadas, y la
inversión realizada en la empresa. Todo ello, con miras a su objetivo principal
que sería el ataque a Mosul, bastión del ISIS, una ciudad con más de dos
millones de habitantes y centro real de la expansión y financiación del Estado
Islámico.
Es
denunciable, ante la opinión pública internacional, que los estrategas
militares de Estados Unidos en la región estén utilizando a la población de
Faluya como conejillos de india para valorar los efectos de un ataque de
recuperación de localidades mayores, sin importarles el número de bajas
civiles, las familias desplazadas que se encontrarán en el máximo de los
desamparos y la destrucción total de una ciudad que quedará reducida a
escombros para que nadie pueda habitarla ni gestionarla. Esta estrategia de
Tierra Quemada supone, no solo un fracaso en un escenario bélico, sino una
violación de los derechos humanos que afectan a las personas civiles tomadas
como rehenes por unos y por meros daños colaterales por otros.
Faluya quedará
destruida y sus habitantes también. Es muy posible que el ejército iraquí
recupere esta ciudad con el apoyo de Estados Unidos, pero los daños ocasionados
para que esto suceda pondrán en valor la estrategia del ISIS para seguir
aumentando sus acciones y agrandando su ejército. Mal empezamos.