A un mes de celebrarse
las Elecciones Europeas 2014, los partidos han iniciado sus actos de pre
campaña, como si no pasará nada. Después de las penalidades que cientos de
miles de personas vienen padeciendo en España, de los recortes en Sanidad y
Educación, de los casos de corrupción de Bárcenas, Eres, Formación, de los
graves recortes en dependencia, de las enormes cifras de paro general y de paro
juvenil; los partidos vuelven a la carga con sus discursos anquilosados,
hablando de una Europa que nadie conoce y es identificada con la troika y los
sufrimientos que venimos padeciendo.
A ellos les da igual,
desempolvan sus viejos discursos de malos y buenos, de izquierdas y de
derechas, de gracietas para que aplaudan los suyos y descubran las simpatías de
los cabezas de listas. Nos intentan inyectar una renovación de sus convicciones
para seguir construyendo Europa. Una Europa alejada de la realidad de los
europeos, sin peso específico en el mundo, sin capacidad para afrontar una
realidad asimétrica que se empeñan en mantener segregando a los europeos de primera, de segunda y de
tercera.
Con un millón de
personas en España en situación de dependencia sin los apoyos necesarios, con
unos salarios que cada día son más ridículos, con los derechos sociales
desaparecidos, con decenas de miles de afectados por las preferentes de Bankia
y desahuciados por bancos y cajas de ahorro, las mismas que han recibido 40.000
millones de euros para su rescate y que terminaremos pagando todos los españoles.
Los partidos no
cambian. Llega la hora de la campaña y cada uno reúne a los suyos en actos y
mítines para aparecer en los medios, como si no pasara nada. Sin darse cuenta
de que la gran mayoría de la ciudadanía no les valora como necesarios, que han
conseguido llenar de hartazgo al personal y que sus discursos son,
exclusivamente, para sus seguidores, una inmensa minoría de tifossis que no ven
más allá de sus propias narices.
Si el desencanto hacia
la política española es manifiesto, hacia la política europea es mayúsculo. Ni
siquiera se han preocupado de alimentar en los europeos la necesidad de la
propia Europa. No conocemos sus virtudes, tan sólo sus imposiciones. Aunque a
ellos les importa muy poco que la gente asuma el proyecto europeo, lo que
quieren es ganar las elecciones, obtener muchos diputados y todos dirán, como
siempre, que han vencido.
Ahora tienen miedo de
que el porcentaje de votantes no alcance el 40% y que eso ponga en cuestión la
propia esencia de la Unión. Después,
durante cinco años, no volveremos a saber de ellos, no aparecerán por ninguna
provincia a dar explicaciones de su gestión aún teniendo una semana al mes para
dedicarlo al trabajo en su país. Se volverán a repartir la tarta y seguirán sin
tomar decisiones en lo fundamental, fortaleciendo la Europa de los mercaderes y
profundizando la desigualdad entre los europeos. Una Europa que no pinta nada
en el escenario internacional y que parece existir solo en los centros de
poder. Desde luego, así no llegaremos muy lejos.