miércoles, 28 de diciembre de 2011
ANDALUCÍA 2012
miércoles, 21 de diciembre de 2011
EL CRECIMIENTO DE SANTA CRUZ
domingo, 18 de diciembre de 2011
EL CONFLICTO EN SIRIA.
lunes, 5 de diciembre de 2011
CREACIÓN DEL CELAC
El pasado fin de semana tuvo lugar la celebración de la primera cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), realizada en Caracas, Venezuela, donde fue aprobada la denominada “Declaración de Caracas” y la asunción como Presidente pro tempore de Sebastián Piñera, Presidente de Chile, acompañado en la troika por Hugo Chaves, saliente y Raúl Castro, entrante.
La CELAC, que agrupa a 33 países de la región, nace con el legado político de Grupo de Río y la Cumbre de América Latina sobre Integración y Desarrollo (CALC) y se convierte en el primer organismo de integración que no cuenta con los vecinos del Norte (Canadá y EE.UU) ni con España, que siempre estuvo presente como país observador en distintas propuestas regionales.
El trasfondo del avance de la nueva Comunidad, hay que enmarcarlo en el estancamiento político y económico sufrido por la OEA (Organización de Estados Americanos) en los últimos tiempos, donde siempre ha sido muy cuestionada la influencia de Estados Unidos, el que la sede del organismo se encontrara en Washington, la enorme burocracia del organismo y los altos e ineficaces costes de funcionamiento.
Las dificultades económicas por las que atraviesa la OEA, máxime cuando en septiembre pasado los miembros del Partido Republicano cuestionaron una partida de 8 millones de dólares para su funcionamiento, ha servido de acelerador para que el nacimiento de un sistema de integración latinoamericano y caribeño sea una realidad inmediata.
América Latina quiere avanzar en solitario, sin el apadrinamiento del norte continental hacia una nueva realidad integradora, para lo cual tendrá que ir resolviendo algunas cuestiones que no son menores, como la multiplicidad de actores de integración regional y subregional, que pueden ahogar un lanzamiento global de esta nueva iniciativa.
Así, saber qué futuro tendrán UNASUR, MERCOSUR, el Sistema de Integración Centroamericano (SICA), CARICOM y otra decena de instituciones enmarcadas en integraciones menores, deberían ir adaptando su quehacer y sentido a la nueva realidad que comenzó a andar en Caracas. Incluso las Cumbres Iberoamericanas perderían su oportunidad y finalidad.
Sin duda, la creación del CELAC es el mayor paso en la historia de América Latina en cuanto a su integración regional y se hace necesario dar respuesta a toda una serie de interrogantes que han quedado sobre la mesa para posterior debate antes de la próxima cumbre en 2012 a celebrar en La Habana. Cuestiones tales como la instalación de la Secretaría General en Panamá, la incorporación de un cuarto miembro a la troika de habla inglesa en representación de los caribeños, la división sectorial de los grupos especiales de trabajo, los mecanismos de toma de decisiones, etc., mantienen alguna tensión sobre el futuro inmediato de la Comunidad.
Lo que no deja lugar a error es el compromiso de los 33 Estados Miembros de superar todos los espacios anteriores conformando una comunidad de naciones solida, con perspectiva de futuro en lo político, económico y social, que haga de América Latina y el Caribe una región a ser tenida en cuenta conjuntamente en el futuro inmediato.
domingo, 4 de diciembre de 2011
LA PEGATINA EN EL PAÑAL.
Los españoles vamos dando pasos de gigante en esto de entender la democracia y las llamadas a las urnas. Cansados de tener que elegir siempre lo mismo, potenciando un bipartidismo troglodita, vamos asumiendo, poco a poco, que nos toca leer los programas electorales, visualizar los compromisos personales de aquellos que nos representarán y observar temporalmente sus acciones.
Vamos descubriendo que no nacemos con una pegatina en el pañal que indica a qué partido votar o de que ideología somos, ya que durante nuestro desarrollo vital vamos reflexionando, viendo aptitudes y actitudes nuestras y de otros, lo que se traduce en un espíritu crítico y constructivo de nuevas realidades.
Como dijera René Descartes “hemos de pensar que los que sostienen opiniones contrarias a las nuestras no necesariamente están equivocados”. Y esta máxima puede convertirse en una nueva manera de entender las tareas de gobiernos y el quehacer parlamentario. Pueden darse propuestas desde cualquier grupo político que merezca la pena apoyar porque buscan el progreso de nuestra sociedad y la solución a los graves problemas que venimos padeciendo. Y esas propuestas merecen ser apoyadas.
Por el contrario, pueden realizarse propuestas regresivas que ahonden las dificultades que estamos pasando y las asimetrías entre los derechos y deberes de los españoles. Serán propuestas que, vengan de donde vengan, no se han de apoyar.
Estos principios, que parecen tan básicos, no se han dado en la política española desde la recuperación de la democracia. Una vez colocada la pegatina, en el pañal o en la frente, todo aquello que propusieran los otros sería malo, mientras que lo que propongamos nosotros siempre será lo mejor. Y esa dinámica es la que ha provocado el estancamiento de lo político, de lo público, de lo comunitario en nuestro país.
Ha evitado que tengamos grandes pactos de estado que nos ayuden a todos a superar nuestro “tempo de dificultades”, pactos que podrían ser fácilmente asumibles por todos los grupos políticos y por la mayoría de los españoles. Ha frustrado la aparición de grandes estadistas en la política, contando con líderes cortoplacistas que piensan más en las siguientes elecciones que en los próximos problemas a abordar.
Ha colocado al frente de nuestro país a partidos con nula o escasa capacidad de previsibilidad, dedicándose a gestionar lo público de forma ineficaz, costosa y proclive al clientelismo. Han potenciado un bipartidismo para la alternancia en el poder olvidándose de los ciudadanos.
Pero, por suerte, eso va tocando a su fin y las pruebas las tenemos en que los ciudadanos cada vez asumen con mayor claridad su responsabilidad de jefes, de electores, de poner o de quitar. Lo cual nos da cierto margen de confianza en que las cosas pueden cambiar de verdad si usamos nuestro libre albedrío a la hora de analizar qué merecemos.