La celebración de la
XXIII Cumbre Iberoamericana en Panamá ha dejado en evidencia el nefasto papel
de la política exterior española en los últimos veinte años en relación con
América Latina. Lo que pretendía convertirse en un foro de debates y acuerdos
sobre aplicación de políticas públicas comunes, ha degenerado en un encuentro
carente de objetivos, de escaso interés para los gobiernos americanos y
decadente al verse superado por otros organismos de integración regional.
A la cumbre de Panamá
no han asistido la mitad de los mandatarios: Argentina, Uruguay, Cuba, Brasil,
Chile, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Guatemala, Perú y Nicaragua. Y es que
perder tres días para discutir sobre el sentido de las cumbres, sus objetivos y
cómo se pueden reflotar las mismas, carece hasta de sentido común. Actualmente,
UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), CELAC (Comunidad de Estados
Latinoamericanos y del Caribe) y la propia OEA a pesar de su declive
(Organización de Estados Americanos), tienen muchísimo más interés para los
estados latinoamericanos que un encuentro con los Iberos. Incluso
organizaciones regionales, como MERCOSUR y SICA, despiertan más interés en los
gobiernos latinos.
España ha perdido una
oportunidad de oro al carecer de una política seria con respecto a América
Latina. Lo que podría haber sido un papel preponderante en las relaciones
AL/UE, ha pasado a convertirse en un alejamiento real de las relaciones con los
estados latinoamericanos, pasando por fases de imposición política, negando la
colaboración hasta llegar a la extenuación de gobiernos que hoy afrontan un
cambio real de crecimiento democrático, económico y social en sus respectivos
países. España ha perdido todo el interés para ellos, nada les aporta.
Ni siquiera las últimas
cumbres han servido para perfilar políticas comunes, siendo de mucha mayor
utilidad las conferencias sectoriales que se han llevado a cabo que las propias
cumbres: empresarios, turismo, educación, etc., que reflejan los verdaderos
intereses de los actores en base a una colaboración estrecha y mutua, sin
imposiciones políticas.
Margallo, Ministro de
Asuntos Exteriores español, no sabe qué hacer en América Latina y ha centrado
nuestra acción exterior en Europa (el viene de allí), olvidando que las
cuestiones europeas son, desde hace tiempo, temas domésticos. El bajísimo
perfil de nuestra política exterior demuestra que tanto el PP como el PSOE
continúan pensando permanentemente en las próximas elecciones, dejando de lado
una acción exterior planificada, estructurada y seria.
Mantener una estructura
como la Secretaria General para Iberoamérica, que pagamos fundamentalmente los
españoles, carece de todo sentido con la función actual de la misma. Las
cumbres ya no sirven para nada y muchos mandatarios afirman en privado y en
público que no pueden perder tres días para no sacar nada en claro. Después de
Veracruz (México) 2014, las cumbres comenzarán a ser bianuales. Da igual. Lo
importante es reconocer que los países latinoamericanos han superado con creces
los estadios de pertenencia a Iberoamérica y que sus procesos de desarrollo e
integración son muy superiores a los que se les ofrece desde una cumbre que
pareciera perseguir la rememoración de que fuimos los conquistadores. Y eso, no
sirve para nada.