De más de quinientas
personas que naufragaron la semana pasada junto a las costas de la isla
italiana de Lampedusa, se han enterrado a cerca de doscientas, ciento ochenta
han salvado la vida y el resto continúa desaparecido en la aguas del Mediterráneo.
La vergüenza humana nos ha hecho sentir en lo más profundo el desprecio que
tenemos por la vida de los demás, la vida de los parias, situándonos en un
estadio más cercano a lo animal que a lo humano.
Las leyes europeas de
inmigración son tajantes y los italianos, además, aplican severas multas a todo
aquel que ose ayudar a sin papeles a pisar territorio republicano. Algunas
barcas pesqueras avistaron el naufragio y se dieron media vuelta por temor a
las multas gubernamentales. Sólo algunos valientes, desafiando leyes injustas,
se atrevieron finalmente, a socorrer a los que pudieron, muy tarde, demasiado
tarde, muchas vidas perdidas que han de pesar como una losa sobre los
gobernantes italianos y europeos.
Lo más sagrado de las
constituciones modernas y en la Carta de las Naciones Unidas es el derecho a la
vida. Nada ni nadie puede colocar intereses bastardos por encima de dicho
derecho. En Italia lo han hecho. Sin duda porque cuentan con los medios de
vigilancia suficientes como para auxiliar un naufragio de estas magnitudes y
porque con su legislación punitiva hacia el socorro han impedido un pronto
rescate que hubiera sido posible y que hubiera disminuido, si no evitado,
muertes innecesarias.
Una vez más, el ser
humano ha demostrado su capacidad de autodestrucción dejando patente su nivel
degradante y salvaje, sus tendencias asesinas y lo ruin que es su vida. La
política no puede colocarse como eslabón de una cadena de selección natural.
Los políticos no pueden decidir quién vive y quién no.
Lampedusa ha sido un
mazazo para las víctimas, sus familiares en países emisores, sus amistades,
pero sobre todo ha sido un martillazo a las libertades fundamentales que todos
deberíamos respetar: el derecho a la vida. Aquellos que nos encontramos muy
alejados del racismo y la xenofobia debemos exigir a las autoridades europeas y
a las nacionales en cada país miembro, una disculpa pública por los hechos
sucedidos, un cambio en la legislación vigente que permita el socorro y auxilio
en esos casos, un cambio en la legislación de los países que coloque como
prioridad el salvar vidas humanas en lugar de colocar en primer lugar la
penalización por hacerlo. Hay que exigir responsabilidades penales a los
responsables de los sucesos de Lampedusa.
Una vez más siento
vergüenza de nuestros gobernantes, de esta Europa decadente e inmoral que nos
devuelve cada día a la época de las cavernas.
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