Los últimos cuatro años
de nuestra economía han sido gloriosos. Los salarios se han congelado, en el
mejor de los casos, cuando no han bajado un 15% de media. Los desempleados
suman 6 millones de personas, en más de millón y medio de familias no entra
ningún salario, las pensiones merman su poder adquisitivo, 200.000 jóvenes se
han ido del país a buscar trabajo fuera, decenas de miles de empresas pequeñas,
medianas y grandes han cerrado sus puertas.
Mientras el gobierno
del Partido Popular se ha encargado de freírnos a impuestos, subida del IVA,
del IRPF, Luz, Gas, más todos los derivados autonómicos y municipales que
también han subido de forma alarmante: IBI, Agua, Basura. Todo ello con un afán
recaudatorio que ponga freno al descenso de los enormes ingresos que provocaba
la burbuja inmobiliaria.
La mayoría de las
familias de este país viven hoy en una economía de guerra. Se han revisado
todos los gastos suprimibles del gasto familiar y reducido el gasto en la
canasta básica buscando productos alimenticios más económicos y calculando el
importe diario a gastar para poder llegar a fin de mes. Decenas de miles de
familias no es que no lleguen a fin de mes, es que no saben cómo empezarlo.
El descenso del consumo
provocado por la economía de guerra, vuelve a incidir en los cierres de nuevas
empresas pequeñas, medianas y grandes, creando una espiral de ruina colectiva
que amenaza seriamente con retrotraernos a niveles de países en vías de
desarrollo.
Cada vez son más las
voces de economistas disidentes de la postura del régimen pepero, que apuestan
por invertir cuanto antes las medidas tomadas: comenzar a bajar impuestos
gradualmente, subida del salario mínimo interprofesional, inversión pública en
i+d+i, encarecer el despido, primar la contratación, revisar la reforma
laboral, cobrar la deuda al sistema financiero para no asumirla a pagar entre
todos, reducción de la administración púbica española, etc.
Lo cierto es que
estamos dejando pasar una oportunidad de oro para planificar con otras orientaciones
nuestra política económica. Una estrategia nueva que permitiría salir del bache
al menos a medio plazo, basada en reformas estructurales de calado y que
repuntarían nuestra economía no más allá de un plazo de cinco años. Si se
persiste en las políticas actuales estaremos condenados a la ruina más absoluta
y al desencanto generalizado de la población hacia todo lo institucional y
público.
Mientras, las familias
de este país se concentran en su propio miedo y en una maraña de artilugios y
triquiñuelas para poder sobrevivir en este periodo ruinoso.
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