Cuando apenas era un
adolescente ya comencé a leer a Gabriel García Márquez. Reconozco que al
principio no me gustó demasiado. Estaba mucho más motivado por los textos
sociales y políticos, ensayos e historia de América Latina, comprendiendo al
poco tiempo que de eso se trataba en las novelas del colombiano. Un poco más
tarde las devoré, engullía García Márquez con el afán de descubrir dónde se
ocultaban las formas de ser de la América profunda, la influencia de la
política oficial sobre la vida de las personas, sus sentimientos personales y,
en definitiva, el escenario vital de una región que me apasionaba.
Me lo leí todo y al
poco tiempo releía los textos que más emoción dejaban en la memoria del
corazón: El Coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad y La
Hojarasca. Compartí con amigos de Bolivia, Colombia, Chile y Cuba, las dudas
sobre las visiones del realismo mágico y ansiaba constatar con mi experiencia
in situ cómo era realmente América Latina. Tamizaba cada descubrimiento de sus
lugares más remotos, sus gentes, sus costumbres, con lo aprehendido de las
novelas de Gabo. También de Vargas Llosa, Manuel Scorza, Galeano, Octavio Paz o
Neruda. Todos me aportaron visión de continente, amplitud de miras y concepto
humano.
Donde más pude sentir a
García Márquez fue en las zonas selváticas de Bolivia, en el trópico
cochabambino, en la Leticia colombiana y en el Acre brasilero, pero también en
las ciudades inundadas de campesinos migrantes de lo rural a lo urbano, en
conurbaciones inmensas que formaban urbes dentro de urbes. Presente en las
casas coloniales de Cartagena o de La Paz, en pueblos pequeños como Pocona o en
el Chile de Pinochet.
Descubrir que eso del
realismo mágico partía de un conocimiento profundo de la idiosincrasia latinoamericana,
amerindia, de la colonia española, de las independencias y próceres, de las
dictaduras y de las incipientes democracias y, sobre todo, de sus gentes, del
sufrimiento y de la esperanza, de la agonía y la posesión, del amor y del
cólera.
El aporte que ha hecho
este hombre a la literatura mundial es inmenso. Para los latinoamericanos,
imprescindible. Se estudiará durante decenas de años en las aulas de secundaria
de todo el mundo y ayudará a millones a entender qué se esconde tras la
realidad de una época y cómo son y sienten las personas integrantes de una
región tan basta como América del Sur.
Nos ha regalado una
visión amplia, unos sentimientos reflexivos y unas horas maravillosas de
lectura. Cuando a uno le hacen tan importantes regalos sólo puede decir:
Gracias.
1 comentario:
Paco, enhorabuena por tus acertadas palabras sobre Gabo, con las que además trasmites lo gran conocedor del mundo latino que eres. Coincides en gran parte con lo que decía Salman Rushdie la semana pasada en un acertado artículo (publicado en diversos medios),en el que destacaba que la fuerza del "realismo mágico" no radica sólo en su magia, sino sobre todo en que ésta tiene profundas raíces en la realidad. Por eso me atrevo a añadir que Gabo nos ha enseñado primero a mirarnos y conocernos, y luego a volar sobre nuestras realidades. Evidentemente él no morirá nunca porque siempre existirá algún Macondo insertado en el cerebro de quienes hemos disfrutado con su mundo; y además eso es hereditario.
Un fuerte abrazo tanto para ti como para esa otra gran luchadora que es Tere; y no pares, sigue, sigue...
Álvaro GP desde Málaga.
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