Cada cuatro años asistimos a uno
de los espectáculos más bochornosos de nuestra clase política: Durante los tres
meses anteriores a la celebración de las elecciones municipales, se producen en
España alrededor de 30.000 inauguraciones de lo más variopinto, se colocan sus
plaquitas con su nombre, se invita a los vecinos que apenas asisten a los
actos, pero se garantizan la foto y las palabritas para la historia.
Al olor de la primavera, nuestros
alcaldes comienzan un recorrido enloquecido por inaugurar plazas, fuentes,
parques, museos, centros culturales, pistas deportivas, hogares del
pensionista, centros comerciales, clubes de petanca o cualquier cosa que
planificaran con tiempo suficiente para que, justamente, coincidiera de forma
casual con la precampaña electoral de las municipales.
Se ponen sus mejores galas y se
adornan con todo el boato posible: banderas, trajes regionales o locales, banda
municipal, procurando que haya muchos niños en los actos, lo que garantizan que
también asistirán los deseados padres votantes, elaboran discursos al uso
metiendo la cuña de su persona o de su partido, comprando tijeras nuevas y
relucientes para proceder al corte de la cinta y descorrer la cortinilla roja
donde aparecerá una inmortal placa que conseguirá que tal hazaña pertenezca a
los hechos histórico del municipio.
A ellos no les da ningún tipo de
pudor ni vergüenza ya que, alguien de su partido o algún avispado asesor, les
dijeran hace muchísimo tiempo que había que dejar algo de presupuesto para
inaugurar cosas en los meses previos a las elecciones, que eso era del catón de
la política municipal. Da igual lo que se inaugure, cuanto más grande mejor.
Así nos encontraremos algún
jardín local, con cuatro bancos, una fuente minúscula seis árboles y veinte
setos, junto a una placa extraordinaria en mármol de Macael, donde reza: “Este
jardín fue inaugurado por el Ilmo. Sr. Alcalde D. Fulano de Tal, para uso y
disfrute de los vecinos de ……, en tal fecha”. Todo un derroche de saber hacer y
de inmortalizar su paso por la gestión pública del bien común.
En tiempos de crisis, de las
arcas municipales también, se está dando un fenómeno de inauguraciones Low
Cost, consistente en poner la primera piedra de alguna obra que se iniciará en
breve. Dará igual cuándo se termine, porque tiempo habrá de inaugurar de nuevo
con los motivos de “avance de obra”, “diseños de artes finales” o “apertura
definitiva”. Lo importante, en estas inauguraciones, será ver cómo la principal
autoridad municipal se quita la chaqueta, se remanga la camisa y llena una pala
con cemento recién hecho por algún operario para vaciar su contenido en un
agujero abierto para la ocasión. Eso sí, a pesar del bajo coste de la
inauguración, lo que no faltará será la placa, donde figure el epitafio de que
“tal día el Ilmo. Sr. Alcalde ……….. colocó la primera piedra de tal edificio”.
Es nuestra política de pandereta.
Pero es la que tenemos, hasta que la cambiemos.