Decenas de miles de personas han
vuelto a manifestarse en Madrid por la Dignidad. A pesar de la lluvia en los
trayectos de multitud de autocares y los marchantes a pié mojándose desde
distintos puntos de la comunidad madrileña, el grito de Pan, Trabajo, Techo y
Dignidad ha vuelto a oírse con fuerza en la capital del reino.
Las marchas dignidad siempre
plantearon el objetivo de hacer reflexionar a la ciudadanía qué nos estaba
pasando como sociedad, en qué medida las acciones del actual gobierno estaban
marcando nuestras vidas bajo premisas de pérdida de derechos sociales y cómo
podemos reaccionar ante tal afrenta.
El gobierno del Partido Popular
ha ido a lo suyo. Escudándose en las medidas restrictivas impuestas desde la
Unión Europea en general y de Alemania en particular, Rajoy ha aprovechado que
el Guadalquivir pasa por Córdoba para llevar a cabo la implantación de un
régimen de recortes en todos los campos importantes para nuestro desarrollo
social, personal y colectivo, diseñando e implementando políticas neoliberales
bajo el parapeto de la crisis.
La oportunidad la pintaron calva:
con la amenaza de un rescate la única solución pasaba por restringir los
derechos de la ciudadanía, recortando en sanidad y educación, eliminando la
dependencia, subiendo más de 50 impuestos, rebajando a la miseria nuestra ayuda
al desarrollo, congelando salarios, subidas irrisorias de las jubilaciones al
0,25%, controlando los gastos autonómicos y municipales que obligaban a hacer
recortes en esas instituciones, leyes mordaza para acallar protestas y
mostrando una servidumbre excesiva a procesos de privatización.
Insisto en su justificación
mordaz e inquebrantable de imposiciones europeas, pero realmente felices de
poder llevar a cabo un diseño de país que las cúpulas empresarial y financiera
(verdaderos gobernantes sin presentarse a elecciones) les llevaban demandado
muchísimo tiempo. Han encontrado el eslabón perdido, el momento clave para
argumentar que han realizado estas políticas porque no les quedaba más remedio.
Pero la dignidad de las personas
no puede ser tocada sin que haya una respuesta firme para defenderla. No se
pueden permitir tantos engaños, tantas falacias, tanto fraude y tanto embuste.
No se puede consentir que la corrupción en el seno de los partidos, las cajas
de ahorro y el rescate a los bancos, sean trasladados a la ciudadanía como
“algunas cosillas”. No debemos esperar ni un minuto más para decirles, alto y
claro, que no somos tontos, que no jueguen con nuestra inteligencia y que no
pongan en solfa nuestra dignidad como personas.
Un pueblo que se levanta, que
sale a las calles demandando Pan, Trabajo, Techo y Dignidad, es un pueblo que
sabe que con las cosas de comer no se juega. Y cuando a uno le tocan el amor
propio se corre el peligro de que la reacción sea proporcionada.
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