Los atentados en París han
mostrado a las bravas que vivimos en una guerra, no declarada de forma clásica,
entre el Califato y el resto del mundo. Si alguien todavía pensaba que esto era
un conflicto local, centrado en el este de Irak y Siria, debería ir calibrando
un estudio más completo del mapa de operaciones y plantearse nuevas estrategias
de defensa si quieren ser eficaces.
Los yihadistas del ISIS cuentan
en la actualidad con un número de efectivos en terreno de alrededor de cien mil
personas, dedicados a consolidar la toma de municipios (pequeños y medianos)
instaurando el Califato, al tiempo que mantienen sus estrategias de avance
levemente truncadas en Siria por los bombardeos de Rusia, Reino Unido, EE.UU. y
Francia, que hasta el momento solo han conseguido hacerle unos pequeños
rasguños para frenar levemente su avance. Pero la guerra no solo se juega en el
frente de batalla, que es disperso, amplio y del que no se obtendrán victorias
serias hasta que alguien ponga la bota de la infantería en terreno. Las
batallas se extiende por decenas de países que cuentan con grupos filiales
preparados para actuar en cualquier momento y , como en el caso de París, con
pequeñas células durmientes que actuarán con toda la saña que puedan para instaurar
un estado de terror.
Occidente no ha interpretado
correctamente el escenario de un conflicto en el que los suicidas claman “Alá
es el más grande”, antes de inmolarse y detonar los explosivos que llevan
pegados al cuerpo. Mientras mantengan estrategias nacionales para enfrentar la
situación y no compartan toda la información que tienen sus servicios de
“inteligencia” para fijar acciones comunes, el peligro se podría trasladar a
lugares públicos concurridos como estadios de futbol, teatros, cines, centros
comerciales, estaciones de tren, autobuses, etc.
Los promotores de las “primaveras
árabes”, sin duda unos sesudos estrategas de occidente, no repararon en que los
principales activos de contención de la explosión yihadista estaban en los
gobiernos que desestabilizaron y que han provocado decenas de miles de muertos
y creado una situación de inseguridad tan grande que, hoy por hoy, no se puede
controlar. Habría que ir analizando quiénes han sido los principales
beneficiarios de esa política errática, quizás las empresas de armamento que se
han puesto las botas en los últimos cinco años. Y, por supuestos, los grupos
extremistas islámicos que han encontrado expedito el camino para iniciar una
guerra frontal y amplia.
Con el problema encima de la mesa
toca hacer bien el trabajo. De momento el ejército francés está en la calle
(justo lo que querían los terroristas) y los países europeos en estado de
alerta máxima. Toca plantearse en serio si realmente se quiere abordar una
salida al conflicto con una fuerza aliada bajo mandato de Naciones Unidas o
cada país va a seguir entrando en el escenario según sus propios intereses
particulares.
Naciones Unidas tiene que dejar
de ponerse de lado y abordar con un peso, que hasta ahora no ha demostrado, que
nos enfrentamos a un problema de amplio calado y difícil solución, a un
conflicto que sólo puede ser solucionado mediante la restitución de los
territorios y condiciones a sus etapas anteriores. Por su parte, los “expertos”
estrategas de los países occidentales deben ponerse a pensar en la solución
final y no solo en las tiritas preventivas. De lo contrario, me temo que lo del
viernes 13 solo será el inicio de un continuado escenario de terror en las
calles de cualquier ciudad europea.
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