sábado, 31 de octubre de 2015

EL REFERÉNDUM EN CATALUÑA.


Volver a oír hablar, a estas alturas de la película, de un Frente Nacional por la España Una, Grande y Libre, me retrotrae a momentos de nuestra reciente historia de los que no quiero ni acordarme. Que la única ocurrencia que pongan sobre el tapete PP, PSOE y Ciudadanos, sea la de formalizar un pacto por la Unidad de España, suena tan ridículo e insultante a la inteligencia que asusta un caminar por esos derroteros.

Los catalanes han intentado, por todos los medios a su alcance, ser escuchados en sus demandas para realizar una consulta legal sobre la creación de un nuevo Estado. Si a las cúpulas dirigentes de este país lo único que se les ocurre para solucionar el tema es la creación del Frente Nacional y el Pacto de Unidad de España, es que no han aprendido nada.

Los estados modernos, libres y democráticos, tienen la obligación de propiciar la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones. Así ocurrió en el referéndum por la soberanía de Quebec y su independencia de Canadá, resuelto con un ajustado 50,58% por el No y un 49,42% por el Sí, con solo 54.228 votos de margen. También Reino Unido propició la celebración, el año pasado, del referéndum de secesión de Escocia, aquí con un margen mayor triunfaba el No con el 55,3% frente al 44,7% que optó por el Sí.

Pero claro, estamos hablando de dos Estados modernos, modélicos y democráticos.  En España somos diferentes, aquí lo que mola es la imposición de la Unidad por decreto. La Constitución Española santifica la unidad del territorio español, pero la Constitución la hicimos en su momento, la aprobamos en su momento y la podemos cambiar en un momento, tal y como demostraron PP y PSOE con la modificación del famoso Art. 135, con agosticidad y alevosía.

La Constitución puede y debe cambiarse. Es la Ley de Leyes o Marco Fundamental de la Convivencia, pero todos sabemos que necesita una repensada para adaptarse al Siglo XXI y preparar una propuesta que pueda servirnos, como tal “Marco”, para los próximos cincuenta años. Solo los partidos retrógrados, miedosos y cavernarios se posesionarán por la defensa a ultranza de un texto caduco.

En Democracia, con mayúsculas, el pueblo es quien tiene la última palabra. Y los catalanes, como ocurriera en Canadá y Reino Unido, no cejarán en su empeño de ser consultados en un referéndum legal, auspiciado por el gobierno de España y con toda la validez que situaciones como esta requieren. El problema en Cataluña solo se solucionará “votando”. En lugar de enrocarse el tripartito para mantener con firmeza una estructura del Estado monolítico y centrípeto, hay que abrirse a las nuevas realidades y considerar a España como un Estado Plurinacional, sin complejos ni mensajes de asusta viejas, sino con la madurez necesaria para hacer viable una mejor convivencia.

Después vendrán las propuestas, los análisis, los cambios a introducir para que los catalanes puedan sentirse cómodos dentro de la propuesta de la nueva España. Quebec y Escocia perdieron sus referéndums y no ha pasado absolutamente nada. Ambos pueblos caminan de la mano con sus estados para construir un futuro juntos con la satisfacción de haber sido los protagonistas de su historia. Lo que no se puede hurtar es el derecho a decidir. Cualquier solución que no contemple ese derecho está condenada al más absoluto de los fracasos.






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