Ante la apabullante
conexión de la crisis económica con nuestro papel en la Unión Europea, el
primer gobierno de Mariano Rajoy presenta una propuesta claramente europeísta,
con ministros formados en instituciones europeas, con la premisa de que en
Europa es donde nos jugamos los cuartos.
No voy a desmerecerle
la opción, pues es evidente que si no vinculamos nuestra actuación económica
interna a los designios de la UE, nos hundiremos y formaremos parte de aquellos
que ayudaron a hundir el proyecto europeo. Pero desde hace ya muchos años, yo
diría que desde el Tratado de Maastricht, la política en la Unión Europea no es
considerada “Política Exterior” sino doméstica.
Más del 75% de las
directrices políticas que se aplican en los países miembros se adoptan en el
ámbito europeo y, en estos tiempos de crisis de la moneda única, la unión
interviene en fijar las directrices del 100% de la orientación del déficit,
inversiones, reducción de la deuda y opciones de crecimiento.
Es decir, considerar
que la política hacia Europa debe ser la clave de nuestra Política Exterior, es
un error de bulto tan grande que pone en peligro nuestra capacidad diplomática
y comercial de presencia en el resto del mundo. Orientar la acción exterior hacia
lo que todos los países consideran ya temas comunes y domésticos, merma todas
las demás acciones que como país deberíamos desarrollar en el exterior.
Desde la Unión Europea
tardaremos algunos lustros en ir fijando una Política Exterior Compartida, a pesar
de que se hayan establecido algunas embajadas unitarias, y obviar que el resto
de nuestros socios europeos continúan avanzando en sus relaciones exteriores
propias es condenarnos como país a la mínima expresión en nuestra capacidad de
interlocución internacional.
En este sentido, España
tiene una gran oportunidad de recuperar el prestigio perdido, sobre todo en
América Latina, situándose no sólo como un interlocutor válido ante la Unión
Europea y Latinoamérica, sino como colaborador necesario en todos los procesos
de integración regional y subregional que se están dando en la región.
Los frutos recogidos en
gobiernos anteriores de escasa o nula aceptación de los países
latinoamericanos, debido fundamentalmente a una concepción caduca de ex
metrópoli, nos ha ido llevando a perder capacidad de presencia en los nuevos
procesos. Hemos de alejarnos de esa orientación y sentar de una vez las bases
de igualdad en nuestra relación con los países hermanos y mostrar la
disposición de colaboración para avanzar juntos.
Personalmente considero
un error el nombramiento del actual Ministro de Asunto Exteriores, no por su
persona en sí, sino por su clara y exclusiva orientación política hacia Europa,
ya que para eso están el resto de ministerios. Rebajar hasta casi la nulidad
nuestro presupuesto de Cooperación Internacional al Desarrollo no sólo nos hace
más débiles sino que dilapida toda nuestra capacidad de acción exterior.
Orientar nuestra
cooperación hacia los organismos multilaterales, especialmente Naciones Unidas,
en busca de alguna contraprestación en el Consejo de Seguridad, es de una
miopía política extraordinaria. De igual forma, romper una dinámica de
cooperación internacional a través de las ONGD españolas supondría dejar en
manos de escasos interlocutores nuestra acción exterior para el desarrollo.
España necesita desde
hace mucho tiempo una reforma clara en nuestra diplomacia que garantice una
acción exterior continuada en el tiempo, con objetivos de Estado, con
diplomáticos de carrera y no políticos nombrados cada cuatro años según la
tendencia del gobierno. De eso tenemos mucho que aprender todavía, pero cuanto
más nos retrasemos más peso iremos perdiendo en las relaciones internacionales
y en nuestra machacada política exterior.
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