En Cádiz, aprovechando
el bicentenario de la Pepa, se celebrará este fin de semana la XXII Cumbre
Iberoamericana. Asistirán la mayoría de Jefes de Estado y de Gobierno de los
países de América Latina, a excepción de Cristina Fernández de Argentina, Raúl
Castro de Cuba y sin confirmar aún la presencia de Hugo Chávez de Venezuela.
Cuando se celebró la
primera Cumbre en1991, la realidad era bien distinta en el panorama
internacional. Buscar entonces un marco de relación intergubernamental tenía
todo el sentido en lo relacionado con la economía, el conocimiento, el
intercambio de experiencias, la cooperación al desarrollo, la interlocución de
España ante Europa, etc..
Hoy, después de 21
años, las relaciones entre los países de América Latina cuentan con varias
estructuras de integración regional que dejan vacía de contenido real la
permanencia de estas cumbres. Así las propuestas de MERCOSUR, UNASUR, CELAC,
SICA, han avanzado los problemas comunes dejando muy de lado la preponderancia
de España como marco de referencia. La propia Unión Europea cuenta con una
relación muy especial en el área y no es precisamente en estos tiempos cuando
España puede servir de embajador a los intereses de los países latinoamericanos
en el marco europeo.
En 1992, en el marco
del V Centenario, despegaba la política de cooperación internacional al
desarrollo, que establecía como prioridad el apoyo a los países hermanos de la
otra orilla del Atlántico. También ha cambiado aquello, pues actualmente
nuestro país ha disminuido a la mínima expresión la Ayuda al Desarrollo, siendo
la misma absolutamente simbólica.
Los principios de los
90 fueron momentos muy graves en América Latina, pues se estaban terminando las
dictaduras militares en varios países y en otros acababan de salir de guerras
civiles fratricidas. Sus economías estaban maltrechas y fue la época de la
implantación de los Planes de Ajuste Estructural por parte del FMI y del Banco
Mundial. Curiosamente, ahora es nuestro país el que se encuentra sujeto a dichos
planes y muy amenazado de resultar insolvente, con una crisis sin precedentes
que pone en peligro los elementos básicos del estado de bienestar.
Hoy las economías
latinoamericanas crecen a un ritmo aceptable, asimétrico pero sostenido. Continúan
generando graves problemas en la redistribución de la riqueza interna, pero se
van acortando los niveles de exclusión sin pausa.
En este marco
globalizado y con unas democracias avanzadas en América Latina, España tiene
muy poco que ofrecer. Ya se ha cuestionado el sentido del mantenimiento de la
Cumbre en las celebradas en años anteriores. ¿Para qué reunir a los Jefes de
Estado y de Gobierno, si lo que se acuerda en dichas cumbres son asuntos de
menor importancia que además cada uno de los países los tiene avanzados a nivel
nacional y cuentan con estructuras de integración muy superiores a lo que salga
de estas cumbres?
Otrora, España podría
servir como referente de transición de la dictadura a la democracia, como
ejemplo de estructuras regionales y municipales. Pero en la actualidad tenemos
ya experiencias mucho más enriquecedoras que la propia española en los países
hermanos. Hoy, simplemente podemos servir de referencia sobre las cosas que no
se deben hacer, explicarles a los homólogos latinoamericanos los fallos que
hemos cometido para que puedan tenerlos en cuenta y no caigan en el error de
cometerlos.
Será una Cumbre en
Cádiz llena de simbolismo por el bicentenario, pero no pasará a ninguna
historia. Es el momento de plantearse, muy en serio, dar por finiquitada la
necesidad de estos encuentros, ya que muy poco o casi nada aportan a un espacio
que es cada vez menos común.
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