viernes, 20 de septiembre de 2013

UN PAÍS PARA COMÉRSELO.

La prolongación de la crisis económica está haciendo mella en la situación psicológica de las personas más necesitadas y de aquellas que, contando con un trabajo irregular, ven peligrar sus opciones de prosperar en el corto y medio plazo.

Por muchos datos sobre la economía global que el gobierno del PP quiera poner en la palestra, incluidas las alharacas del ministro Montoro de que vamos a dar la campanada, la sorpresa del mundo (me suena a lo del acontecimiento histórico del planeta de Leire Pajín), la verdad es que las economías familiares están absolutamente enfriadas, el empleo sigue estancado y las pensiones bajarán en los próximos años para ahorrar 33.000 millones de euros.

Que los datos macro económicos estén mejorando es una buena noticia, peor sería permanecer arrastrados por la caída brutal en todos los frentes. Pero deducir de ahí que vamos a salir de la crisis en breve es, simple y llanamente, engañar al personal. Las familias gastan cada vez menos, se han adaptado menús caseros de bajo coste para estirar el chicle de los ingresos de miseria y, psicológicamente, estamos entrando en una fase de desprecio del propio Estado. Hemos de recordar que un estado o país no existe si no es por la participación y sentido de pertenencia de sus habitantes. Hoy, sentirse español, no solo es un lujo al alcance de muy pocos bolsillos, sino que además se está produciendo el fenómeno contrario huyendo del patrioterismo en vista del trato vejatorio que el propio Estado aplica a la ciudadanía.

Pérdida del modelo de bienestar (educación, salud, pensiones, etc.,); una juventud desesperanzada y hundida en el espiral del desempleo; unos impuestos que no se corresponden con los servicios prestados; partidos políticos, sindicatos y empresarios señalados por la corrupción; una justicia que no es igual para todos; desahuciados, hipotecados y sin visos de cambio en el horizonte. Vamos, un país para comérselo.
Todos sabemos, menos el gobierno, que la situación actual tiene solución. Que disminuyendo administración pública podemos mantener los servicios esenciales con la mejor de las calidades. Que bajando los impuestos se puede incrementar el consumo y con ello hacer crecer la economía y las expectativas. Pero si continuamos por más tiempo instalados en este sistema del miedo y del pánico al mañana, nuestra sociedad caerá en picado en una enfermedad de la que cuesta salir: la desesperanza, que tiene como síntoma el desprecio más absoluto por lo público en sentido amplio y por lo político en sentido estricto.

Necesitamos políticos nuevos, que sean ciudadanos en política y no profesionales de la política. Gente con sentido común que sepa gestionar lo que es de todos y que se aleje definitivamente de liberales y conservadores, de izquierdas y derechas, de ismos del siglo XIX y se pongan al frente del cambio necesario para el siglo XXI.



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