martes, 9 de diciembre de 2014

CAMBIO DE RUMBO.


Nuestro país ha consumido su proceso transitorio. Todos sabíamos que el hecho tenía fecha de caducidad, aunque algunos se han empeñado en que esa fecha se acortara a ritmos acelerados. La nula credibilidad en los partidos tradicionales y tradicionalistas ha puesto en peligro el acercamiento de la población a la política, presentando un funcionamiento institucional al que nos veíamos abocados sin más remedio debido a las orientaciones de la troika y del poder financiero que ha gobernado sobre el político sin haberse presentado a las elecciones.

La crisis económica, política y social que vivimos, ha servido para remover las conciencias dormidas de la ciudadanía, que ha pasado de tenerlo todo casi resuelto a no tener casi nada: ni expectativas, ni estado del bienestar, ni empleo, salarios muy bajos y dificultades para llegar a fin de mes, convirtiendo en ansiedad vital lo que hace sólo unos años era consumismo. Ha cambiado nuestro paradigma y tenemos que asumirlo así para poder modificar aquello que se ha hecho mal y retomar sendas de crecimiento humano, económico, cultural y solidario. De lo contrario, nunca aprenderemos.

También sabemos que los procesos pasan, se producen y crean mecanismos de transformación que en muy poco tiempo se verán como normales. Pero para llegar ahí cabe preguntarse qué es lo que tenemos que hacer ahora, para no arrepentirnos en el futuro de que no supimos o no pudimos hacer lo que era necesario. Después de lo vivido en nuestro país en estos años de democracia, no podemos permanecer en la creencia de que tenemos que otorgar el poder a otro partido para que nos gestione, nos resuelva, nos oriente y nos legisle en la senda del bien común, sino que hemos de asumir nuestra participación en estos momentos de cambio. Ciudadanía asumida como necesidad de no volver a cometer los mismos errores, de no dejar las instituciones en manos de “representantes”, sino de permanecer alertas, críticos, observando, proponiendo, exigiendo y comprometiéndonos.

Nadie debe escandalizarse de los cambios que han de producirse en el país. Son cambios necesarios si queremos recuperar nuestra dignidad después de haber pasado por una agonía de ineptos, corruptos, malos gestores y encumbrados representantes del pueblo. La dignidad no la regalan, se pelea y se lucha día a día, en cada momento de nuestras vidas y, cuando nos toman por imbéciles, se conquista en las urnas echando de una vez por todas a los que nos timaron y redujeron a puro objeto del marketing electoral.

Hay que recuperar la sonrisa, la alegría y utilizar el corazón para aquello que mejor sabe hacer: amar, desterrando odio y enfrentamientos. Hemos de utilizar nuestro pensamiento para acometer la nueva transformación que necesitamos, sin extremismos ni banderas enarboladas en la nada, pero siendo firmes en la decisión de que la fiesta de algunos tiene que terminar y que con la dignidad del pueblo ni se juega ni se negocia.



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