Estoy convencido de que García
Márquez hubiera optado en una de sus novelas por colocar en la España de la
crisis uno de sus relatos desde el realismo mágico. No le faltarían los
ingredientes para ello: un país empobrecido por las políticas de sus gobiernos,
corrupción a diestra y siniestra, disminución de salarios, precariedad en el
empleo, paro, paro juvenil, jóvenes fuera, pérdida de derechos, desahucios,
casas sin gente, gente sin casas, infanta imputada, cambio de rey, protestas en
las calles, mareas, marchas dignidad…., loterías y discursos de Navidad.
Un filón para colocar un culebrón
en un país bananero que pierde enteros cada día relegando la marca España a un
anhelo de lo que fuimos y lo que somos. Una ciudadanía que se resiste a ser
manipulada por el poder financiero y por sus acólitos casposos de la política,
cansados de tener como gobernantes a correveidiles, vende patrias y mamporreros
de las altas esferas europeas, que se resignan a gobernar como protectorado de
las metrópolis económicas, subyugando a su pueblo. Malos gobernantes reflejados
por los hermanos Lorenzetti en los frescos del Palacio Público de Siena, dando
también pistas para lo que han de hacer los buenos gobernantes.
Con este cóctel reaccionario era
imposible que no surgiera un renacimiento de la movilización social, hoy más
viva que nunca, que revindicara en las calles, se organizara sin partidos ni
sindicatos, relanzara las luchas ciudadanas por parar los desahucios, frenar la
privatización de la sanidad, defender la educación pública y de calidad, la
cultura, los derechos de las personas y nuestra dignidad, concretando en lo
político una opción que vertebrara esa necesidad de cambio y transformación
real, que tomara las instituciones y las riendas de este país desde otra óptica
distinta a lo conocido hasta ahora, iniciando una revolución democrática
incluyente, necesaria para colocar a las personas en primer lugar del quehacer
público.
En la novela de Gabo, sin duda
alguna encontraríamos espacios para el amor, sobre todo del amor social y
comunitario, ese que nace de encontrarse en las calles, el que abre las
sonrisas de las mentes y hace circular un espíritu organizado capaz de terminar
con la ignominia, el poder establecido y las estupideces. Un amor colectivo,
que describiera Benedetti siendo mucho más que dos en la calle codo a codo. Un
clamor de rechazo y deconstrucción, que canalice el aprecio por lo público y la
construcción de un nuevo país.
Hasta ahora, en 2014 y en los
años anteriores, hemos estado en una especie de cortejo amoroso, consolidando
demandas, opciones y procesos. En el año que empieza comienza de verdad el reto
para iniciar el camino hacia el cambio, donde todos tenemos que ser generosos y
responsables, inteligentes y desprendidos, porque nos merecemos algo mejor.
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