En un artículo del mes de abril,
titulado “Se acabó la crisis”, venía a argumentar que aquello que se convierte
en cotidiano aleja los anhelos de lo que un día fue convirtiéndose en normal y,
por lo tanto, dejando atrás la tan rechazada pero real palabra “crisis”. Lo que
vivimos ahora no puede llamarse literalmente “crisis”, pues esta se debe
comparar con relación a algo y eso era efectivo si lo hacíamos con la situación
anterior (en este caso la de 2007-2008), pero ya avanzados siete largos años,
lo denominado como crisis se ha convertido en lo habitual.
Por ello, sería mucho más
conveniente ir hablando de que se ha producido un cambio de paradigma, es
decir, una situación totalmente distinta a la que se vivía antes, que ha venido
para quedarse y constituye ahora, y en los próximos lustros, una nueva forma de
entender conceptos como el empleo, el contrato laboral, la temporalidad, el
subsidio, los estudios universitarios, los grados y los master, la atención
sanitaria, los recortes en ambos y otros servicios públicos, la exigua atención
a la dependencia y otras decenas de lindezas que, por obra y gracia de los
planes estructurales europeos, nos han colado desde las políticas del Partido
Popular.
Este cambio de paradigma implica,
además, una transformación sustancial de hábitos que hace menos de una década
manejábamos con otros criterios. La temporalidad, como baluarte de la
inseguridad, ha modificado prioridades y opciones tan normalizadas como la
independencia en parejas jóvenes, pensiones de jubilación que aumentan un
raquítico 0,25% y que en muchas ocasiones han de servir para ayudar
económicamente a hijos y nietos, la dificultad para atreverse a dar el paso de
adquirir una vivienda cuando apenas puede pagarse un alquiler bajo, abrirse a
trabajar fuera del país, desarraigo y cientos de miles de personas que, a pesar
de contar con un empleo, siguen siendo pobres.
Esta nueva realidad ha venido
para quedarse. Que nadie piense en su temporalidad como un objetivo a
vislumbrar en el corto y medio plazo. Es más, me atrevería a decir que forma
parte de un determinado diseño de configuración social mucho más cercano a la
idea neoconservadora que al estado del bienestar. Al mismo tiempo, nuestro país
acentúa a pasos agigantados lo que pareciera nuestro destino en el conjunto de
la envejecida Europa, girando la mayor parte del empleo (también el temporal)
en torno a los servicios. España va quedando como una especie de gran parque
temático de sol y playa, museos, fiestas, bares y tapas, donde el turismo
internacional fija su atención. Una atención que viene favorecida por los
conflictos en Túnez, Egipto, Grecia y Turquía, haciendo de España el lugar
elegido para este y los próximos años.
La clase política no hace ni hará
nada para modificar este paradigma. Siempre la inseguridad hizo más vulnerables
a la plebe y repetir modelos cuasi feudales siempre les resultará rentable. Así
que toca ir dando pasos para ir cambiando poco a poco nuestra actual realidad.
Llevará tiempo, pero si nos conformamos nuestros nietos es posible que nunca
nos lo perdonen.
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