sábado, 18 de mayo de 2013

LOS MALES DEL BIPARTIDISMO


Después de 35 años de democracia en nuestro país, muchas son las cuestiones a revisar de nuestro funcionamiento político. Como en cada situación de cambio, al pasar un determinado tiempo conviene hacer una evaluación global para detectar aquello que ha servido, con lo que nos ha ido bien, así como lo que no ha funcionado para intentar cambiarlo a mejor.

Si nos detenemos a analizar cada uno de los aspectos que no funcionan, la lista sería interminable y, posiblemente, nos alejaría de buscar el punto focal en dicha evaluación, ya que todos ellos tienen una raíz común: el bipartidismo PP-PSOE.

Ambos partidos han tenido periodos de gobierno, alternándose en el poder en todos los ámbitos de la administración: central, autonómica, provincial y local. Para ambos, la alternancia era la opción, no la alternativa. Mantener todas las estructuras de poder político y una administración gigantesca, les permitía un amplio escenario donde ubicar miles de puestos políticos que engrosarían la mamadera de lo público.

Ninguno de los dos partidos grandes (que no grandes partidos) han abordado, con rigor y velando por los intereses de todos, la necesaria reforma de la estructura política del Estado. Y no lo han hecho porque a ambos le ha ido y les va bien. Mantienen más de 8.000 ayuntamientos en España, cuando por ejemplo Brasil, con 200 millones de habitantes sólo cuenta con 5.300 municipios. Mantienen las Diputaciones Provinciales, entes que quedaron absorbidos en competencias al ponerse en marcha el mapa autonómico y que duplican inexplicable el gasto y estructuras públicas. Permitieron la creación de infinidad de mancomunidades, instituciones que se han convertido en un coladero de enchufes y mal gobierno. Asumieron como normal los estatutos autonómicos llamados de segunda generación, que vinieron a profundizar las asimetrías entre comunidades autónomas consolidando la desigualdad entre los servicios públicos a los españoles.

Pero eso a PP-PSOE les daba exactamente igual. Lo importante, lo realmente importante para ellos, es obtener el poder y distribuir miles de cargos públicos que, como bocas agradecidas, trabajen para mantenerse en el poder. Esa ha sido su única visión de Estado, su única vinculación con las estructuras políticas que no han usado para cambiar la realidad española y poner en marcha la previsibilidad de acciones políticas para la mejora social y económica, sino simplemente para permanecer en el poder.

Tanto daño nos ha hecho esto en el avance democrático en nuestro país, que por fin cada vez más ciudadanos captan el mensaje de que el discurso y el debate, al que nos han querido llevar, es ficticio. Ya hemos descubierto que no se trata de contraponer propuestas sobre determinados temas o asuntos claves (asuntos que ellos decidían si eran claves o no), sino de estar o no estar en el poder.

Detenerse a visualizar la gran cantidad de casos de corrupción, la ineficacia de la política económica, la pérdida de servicios sociales, la pésima gestión pública, los recortes en educación o sanidad, las propuestas de privatización, el contubernio con la iglesia católica, el paro general o el juvenil, sería entretenernos en los síntomas sin ver la causa.
Atacar de raíz la causa que ocasiona un país a la deriva significa acabar con el bipartidismo, erradicarlo de los ámbitos de poder, terminar con las estructuras empresariales y oficinas de colocación en las que se han convertidos ambos, para recuperar la dignidad.

Los políticos a los que elegimos son nuestros representantes en las instituciones, nosotros los ponemos y nosotros los quitamos. Es la quintaesencia de la democracia. Por eso, si realmente queremos cambiar la situación actual y avanzar en un desarrollo democrático, hemos de tomar la decisión firme de acabar con un bipartidismo dañino y autocomplaciente.

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