A pesar del
euroescepticismo lampante actual, he de confesar que siempre he sido un
defensor de la idea de una Europa Unida. Una simple mirada a nuestra reciente
historia (últimos 100 años) nos indica muchísimas razones para insistir en este
empeño de paz, desarrollo y caminar comunes.
Construir la Unión
Europea ya sabíamos que no sería una tarea fácil, demasiados intereses
nacionales y pocos supranacionales. El avance podría darse en la medida en que
los estados miembros apostarán realmente por políticas comunes, fiscales,
financieras y, sobre todo, sociales, que hicieran real la convergencia entre
los europeos. Sin embargo, lo que nos encontramos es algo absolutamente
asimétrico, a las órdenes del sistema financiero, sobre todo de Alemania y
otros países comparsa que apuestan por la Europa a dos o tres velocidades. Para
las intenciones de los partidos más conservadores, cuanto más divididos y más débiles sean las instituciones europeas,
mejor.
Se hace vital la
promulgación de la Constitución Europea y su desarrollo legislativo, así como
la aplicación de políticas comunes. Es obvio que para ello ha de entregarse una
buena parte de la llamada “soberanía nacional” a favor de la “soberanía
supranacional”, pero con el actual panorama la empresa se presenta con
demasiados obstáculos para su avance.
A nadie se le escapa
que los intereses de las grandes transnacionales europeas, los grandes bancos y
los que mueven el sistema financiero, apuestan por una Europa lenta, pesada,
ineficaz, haciendo todo lo posible para que los europeos dejemos de sentirnos
europeos y acabemos por nosotros mismos con el proyecto. Y esto es así,
precisamente porque contar con una Europa Unida fuerte, progresista en lo
social, lo laboral, lo cultural y controladora del sistema financiero y
productivo, no es un buen negocio para ellos.
Las actuales
estructuras de gobierno de la Unión Europea van quedando caducas. Ni el Consejo
Europeo ni la Comisión, deberían permanecer tal cuales en una futura aplicación
de la carta magna europea. Habría que aplicar la elección directa de la
ciudadanía de una presidencia y del gobierno, quizás a través del Parlamento,
que debe asumir mucho más protagonismo en el control de la aplicación de las
políticas públicas y desarrollo de las leyes que emanaran de la Constitución.
Muchos piensan que lo
ideal estaría en aplicar el modelo estadounidense, pero la realidad europea es
mucho más compleja, comenzando por las lenguas y terminando por la historia de
cada uno de los estados miembros. Sin embargo, aplicando todas las salvaguardas
necesarias, sería un modelo a tomar en consideración si realmente queremos
avanzar en la construcción de una verdadera Unión.
Por tanto, una Europa
Unida y Progresista, sería fundamental para lograr un nuevo escenario apoyado
por la población, frente a la actual manipulación que del proyecto se realiza
desde las propuestas más conservadoras.
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