La prolongación de la
crisis económica está haciendo mella en la situación psicológica de las
personas más necesitadas y de aquellas que, contando con un trabajo irregular,
ven peligrar sus opciones de prosperar en el corto y medio plazo.
Por muchos datos sobre
la economía global que el gobierno del PP quiera poner en la palestra,
incluidas las alharacas del ministro Montoro de que vamos a dar la campanada,
la sorpresa del mundo (me suena a lo del acontecimiento histórico del planeta
de Leire Pajín), la verdad es que las economías familiares están absolutamente
enfriadas, el empleo sigue estancado y las pensiones bajarán en los próximos
años para ahorrar 33.000 millones de euros.
Que los datos
macro económicos estén mejorando es una buena noticia, peor sería permanecer
arrastrados por la caída brutal en todos los frentes. Pero deducir de ahí que
vamos a salir de la crisis en breve es, simple y llanamente, engañar al
personal. Las familias gastan cada vez menos, se han adaptado menús caseros de
bajo coste para estirar el chicle de los ingresos de miseria y,
psicológicamente, estamos entrando en una fase de desprecio del propio Estado.
Hemos de recordar que un estado o país no existe si no es por la participación
y sentido de pertenencia de sus habitantes. Hoy, sentirse español, no solo es
un lujo al alcance de muy pocos bolsillos, sino que además se está produciendo
el fenómeno contrario huyendo del patrioterismo en vista del trato vejatorio
que el propio Estado aplica a la ciudadanía.
Pérdida del modelo de
bienestar (educación, salud, pensiones, etc.,); una juventud desesperanzada y
hundida en el espiral del desempleo; unos impuestos que no se corresponden con
los servicios prestados; partidos políticos, sindicatos y empresarios señalados
por la corrupción; una justicia que no es igual para todos; desahuciados,
hipotecados y sin visos de cambio en el horizonte. Vamos, un país para
comérselo.
Todos sabemos, menos el
gobierno, que la situación actual tiene solución. Que disminuyendo administración
pública podemos mantener los servicios esenciales con la mejor de las
calidades. Que bajando los impuestos se puede incrementar el consumo y con ello
hacer crecer la economía y las expectativas. Pero si continuamos por más tiempo
instalados en este sistema del miedo y del pánico al mañana, nuestra sociedad
caerá en picado en una enfermedad de la que cuesta salir: la desesperanza, que
tiene como síntoma el desprecio más absoluto por lo público en sentido amplio y
por lo político en sentido estricto.
Necesitamos políticos
nuevos, que sean ciudadanos en política y no profesionales de la política.
Gente con sentido común que sepa gestionar lo que es de todos y que se aleje
definitivamente de liberales y conservadores, de izquierdas y derechas, de
ismos del siglo XIX y se pongan al frente del cambio necesario para el siglo
XXI.