El descrédito de los
partidos políticos, reflejados en todas las encuestas y sondeos de opinión,
viene aumentando mes a mes provocando cierta desazón sobre el futuro de la
política en nuestro país. A todos los males de la corrupción, los manejos
internos y de las instituciones, los chanchullos y manipulaciones (que siempre
han existido por desgracia), hay que sumarle la constatación de la ineficacia
en la resolución de los problemas sociales reales que afectan a la mayoría de
los ciudadanos. Espiral en la que se ven envueltos no sólo los partidos en el
gobierno sino también los de la oposición.
La población está
cansada de ver cómo unos y otros se tiran permanentemente los trastos a la
cabeza, se insultan, se descalifican, con posicionamientos absolutamente
estereotipados que responden a viejas consignas y que para nada ayudan a
plantear alternativas serias en esto de la gestión de lo público. Todo parece
convertirse en un circo mediático donde se busca la confrontación y el
enfrentamiento en lugar de realizar propuestas alternativas serias, buscar el
acuerdo y reflejar en la acción política la sensibilidad de la calle para
resolver los problemas.
Los gobiernos (da igual
su magnitud de gestión), se parapetan en mini verdades absolutas para gestionar
la miseria, buscando siempre el rédito electoral fácil y preparando con
minuciosidad el argumentario para enfrentar a los adversarios. Jamás están
dispuestos a escuchar una opinión distinta, algo que pueda mejorar su
propuesta, ya que automáticamente la encasillarán y acusarán al proponente de
demagogia política.
Si de verdad queremos
regenerar la política en toda su dimensión, tenemos que comenzar por hacer
válidos los debates y propuestas en las instituciones, buscar siempre las
mejores opciones para beneficiar al máximo de ciudadanos y perjudicar al menor
número posible. Para eso, los gobiernos deben saber escuchar al resto de
partidos y también a la calle, pero la oposición debe hacer propuestas serias
alejadas del enfrentamiento pseudoideológico para abordar con claridad la mejor
gestión posible sobre el bien común.
Estamos muy alejados de
que esto sea así. Los partidos viejos parecen condenados a mantener su modus
vivendi basado en el control férreo de las instituciones y los partidos nuevos,
que podrían regenerar realmente la vida política, están entrando en una
metodología del insulto con escasísimas propuestas globales de mejora de la
realidad, abusando de las vaguedades y sin entrar en lo concreto.
Mucho les queda por
hacer a los partidos para recuperar la credibilidad ante los ciudadanos a los
que una vez más les toca considerar si apoyan a partidos anquilosados en los
ismos o definitivamente optan por nuevas opciones de interlocución en la
gestión de lo público. Son elementos a tener muy en cuenta cuando nos
enfrentemos de nuevo a las urnas que todo lo justifican. Pensemos muy bien qué
tipo de políticos queremos al frente de nuestras instituciones y qué tipo de
políticas queremos que hagan.
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