lunes, 10 de febrero de 2014

HORA DE PROPUESTAS

El descrédito de los partidos políticos, reflejados en todas las encuestas y sondeos de opinión, viene aumentando mes a mes provocando cierta desazón sobre el futuro de la política en nuestro país. A todos los males de la corrupción, los manejos internos y de las instituciones, los chanchullos y manipulaciones (que siempre han existido por desgracia), hay que sumarle la constatación de la ineficacia en la resolución de los problemas sociales reales que afectan a la mayoría de los ciudadanos. Espiral en la que se ven envueltos no sólo los partidos en el gobierno sino también los de la oposición.

La población está cansada de ver cómo unos y otros se tiran permanentemente los trastos a la cabeza, se insultan, se descalifican, con posicionamientos absolutamente estereotipados que responden a viejas consignas y que para nada ayudan a plantear alternativas serias en esto de la gestión de lo público. Todo parece convertirse en un circo mediático donde se busca la confrontación y el enfrentamiento en lugar de realizar propuestas alternativas serias, buscar el acuerdo y reflejar en la acción política la sensibilidad de la calle para resolver los problemas.

Los gobiernos (da igual su magnitud de gestión), se parapetan en mini verdades absolutas para gestionar la miseria, buscando siempre el rédito electoral fácil y preparando con minuciosidad el argumentario para enfrentar a los adversarios. Jamás están dispuestos a escuchar una opinión distinta, algo que pueda mejorar su propuesta, ya que automáticamente la encasillarán y acusarán al proponente de demagogia política.

Si de verdad queremos regenerar la política en toda su dimensión, tenemos que comenzar por hacer válidos los debates y propuestas en las instituciones, buscar siempre las mejores opciones para beneficiar al máximo de ciudadanos y perjudicar al menor número posible. Para eso, los gobiernos deben saber escuchar al resto de partidos y también a la calle, pero la oposición debe hacer propuestas serias alejadas del enfrentamiento pseudoideológico para abordar con claridad la mejor gestión posible sobre el bien común.

Estamos muy alejados de que esto sea así. Los partidos viejos parecen condenados a mantener su modus vivendi basado en el control férreo de las instituciones y los partidos nuevos, que podrían regenerar realmente la vida política, están entrando en una metodología del insulto con escasísimas propuestas globales de mejora de la realidad, abusando de las vaguedades y sin entrar en lo concreto.

Mucho les queda por hacer a los partidos para recuperar la credibilidad ante los ciudadanos a los que una vez más les toca considerar si apoyan a partidos anquilosados en los ismos o definitivamente optan por nuevas opciones de interlocución en la gestión de lo público. Son elementos a tener muy en cuenta cuando nos enfrentemos de nuevo a las urnas que todo lo justifican. Pensemos muy bien qué tipo de políticos queremos al frente de nuestras instituciones y qué tipo de políticas queremos que hagan.


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