Las fronteras entre
países se han ido estableciendo a lo largo de la historia como un método con
cierta lógica histórica a la hora de poder desarrollar políticas públicas en un
territorio concreto y para un número de personas determinado. A veces esos
territorios se han ido modificando in descenso o in crescendo, dependiendo de
guerras, acuerdos internacionales, luchas independentistas, etc. La Comunidad
Internacional se ha ido dotando, por su parte, de ciertos mecanismos que
englobaran compromisos generales de esas estructuras país y marcaran una línea
de mínimos en diversos tratados y acuerdos que los países asumían mediante su
firma.
En momentos
determinados se han producido movimientos migratorios de cierta importancia.
Los más graves motivados por conflictos bélicos que desplazan a un gran número
de habitantes de un país a otro. Aquello, que anteriormente daba signos de
descontrol, fue asumido por la Comunidad Internacional en atención a los
desplazados, refugiados y víctimas de guerra mediante su inclusión en campos al
efecto. Es una forma de atender a los afectados sin que pasen a formar parte de
un país tercero, lo que podría desestabilizarlo en su propio proceso de
desarrollo. Otros movimientos han tenido como causa las graves hambrunas que se
han producido, sobre todo en diversas zonas de África, que provocan
desplazamientos de cientos de miles de personas, siendo atendidos por los
organismos internacionales con los mismos métodos que el caso anterior.
Sin embargo, proliferan
desde finales del siglo XX y continúan en el XXI, los movimientos migratorios
de personas que desean a toda costa instalarse en el llamado mundo desarrollo,
occidental o rico. Para ello existen varias fórmulas establecidas que han ido
dando cabida en los países receptores a un número importante de personas
procedentes de países emisores. En nuestro caso, especial relevancia tuvieron
los movimientos migratorios de Latinoamérica hacia España, en concreto de
Ecuador, Argentina, Bolivia y Colombia, así como los procedentes de países de
Europa como Rumanía y Polonia que
significó un incremento importante de nuestra población en momentos donde
nuestra economía basada en la burbuja inmobiliaria estaba absolutamente
boyante.
Otro tratamiento y
método han tenido los migrantes de origen subsahariano, procedentes de una
diversidad de países como Nigeria, Níger, Camerún, Mauritania, Malí, etc., que
arriesgan sus vidas en un camino infernal hasta las fronteras de Ceuta y
Melilla para saltar las vallas limítrofes o intentan atravesar el estrecho en
cayucos o en balsas de recreo. Todos ellos presentan un perfil muy parecido:
personas jóvenes, con un futuro frustrado en su país, que pretenden llegar al
primer mundo a abrirse camino y poder ayudar a sus familias de origen. Tanta
demanda, ha originado bandas mafiosas que trafican con traslados, documentación
falsa, extorsionan, controlan la trata de personas, etc.
A todo esto hay que
ponerle control. Por eso, la Comunidad Internacional se dotó de tratados al
efecto que asumieron la mayoría de los países, entre otros España. El Derecho
Internacional Humanitario recoge toda una serie de normas para atender,
socorrer, proteger y asistir a las personas que lo precisen, independientemente
del origen que provoca la atención. En el caso reciente de Ceuta, cientos de
personas se tiran al agua con la intención de pasar a aguas españolas y pisar
suelo español. Algunas decenas saben nadar y otras van con pequeños flotadores.
La actuación humanitaria que se desprende de los acuerdos firmados por nuestro
país, hubiera implicado el salvamento marítimo de las mismas, la atención
médica necesaria y, posteriormente, ocuparse de su deportación, internamiento o
lo que procediera.
Sin embargo, la
actuación realizada dista mucho de esos principios. Primero se les intento
disuadir mediante métodos antidisturbios (pelotas de goma, quizás balas de goma
y otros) en su nado hacia la costa. En ningún momento se planteo su rescate del
agua y, más grave aún, conforme alcanzaban la costa agarraditos de la mano eran
entregados a la policía marroquí. En ese bochorno de actuación han perdido la
vida, de momento, quince personas (15). Las autoridades europeas ya han
anunciado medidas contra el gobierno español, cientos de ONG acusan al ministro
del interior y al director de la Guardia Civil de haber incumplido sus
compromisos internacionales. Naciones Unidas nos mira con mucha desconfianza
por la actuación realizada. Y lo más importante, quince personas han muerto en
el desastre.
Las vidas valen todas
lo mismo. Insisto, todas. No vale mirar para otro lado si los sujetos son
blancos, amarillos o negros, sudamericanos, centroeuropeos o africanos. Todos
sin excepción tienen el mismo valor en el Derecho Internacional y en los
organismos internacionales. Pero eso en España parece no ser así. Todo depende
del color de las personas y de los métodos para llegar a nuestro país. El
derecho de socorro se lo han saltado a la torera agravando la situación
utilizando material antidisturbios contra personas indefensas dentro del agua.
Quince muertos, de momento. Creo que el asunto merece unos minutos de
reflexión.
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