domingo, 2 de febrero de 2014

LA POLÍTICA HA MUERTO.

Las turbulencias económicas que estamos viviendo los últimos siete años, han provocado un efecto perverso que hemos de corregir a la mayor brevedad. Se trata de los enormes beneficios obtenidos por las empresas multinacionales y grandes empresas de los estados afectados. A río revuelto, ganancia de pescadores, como diría el refrán, pero a medida que han crecido los beneficios empresariales de forma escandalosa, el empleo ha caído, las condiciones laborales han entrado en una clara pérdida de derechos y de poder adquisitivo, al tiempo que las escasas estrategias políticas de los gobernantes poco o casi nada pueden hacer para revertir la situación.

De los siete años de vacas flacas para la administración de lo político en los gobiernos, ya podemos deducir que los principales beneficiados del tsunami económico han sido las medianas y grandes fortunas en manos de muy pocas empresas y personas. Mientras, la inmensa mayoría de la población enmarcada en las clases media-alta y media-media, han visto disminuir sensiblemente su capacidad de gasto y concentración económica, por no hablar de la caída a la pobreza y extrema pobreza de centenares de miles de familias excluidas del escaso empleo existente.

Algunos de los indicadores económicos en los países avanzados, indican que se avecina el ciclo de los siete años de vacas gordas, ciclo que comenzará a aflorar en 2015 hasta 2021 inclusive, fecha en la que podremos dar por concluida la grave recesión mundial. Pero en este amplio periodo las grandes fortunas habrán acumulado catorce años de extraordinarias ganancias, mientras que en los gobiernos mundiales se habrá puesto en evidencia su inservible audacia, negando la mayor de las virtudes que se le suponen: preocuparse y ocuparse del bien común. Lo único que los más avispados han podido hacer, consistió en reducir a la mínima expresión el peso del lastre económico disminuyendo la indigencia en sus países, para lo cual ampliaron soberanamente las capas sociales que sufren la depreciación y devaluación de su poder adquisitivo.

Lo que ha quedado demostrado es que por la ineptitud de muchos y la capacidad de reinventarse de otros, el mundo de las grandes empresas sabe hacer su agosto en tiempos difíciles. Han demostrado que realmente son los que gobiernan el mundo, los que hacen y deshacen, los que deciden, llevándonos a un enfrentamiento real con las capacidades de aquellos que nos gobiernan o, mejor dicho, que no nos gobiernan. Entregar la planificación del futuro de varias generaciones del mundo actual a los intereses económicos de trust, oligopolios, multinacionales y a los sistemas financieros privados, supone rendirse y reconocer la evidencia que veníamos seriamente sospechando: la política ha muerto.

Por eso necesitamos, más que nunca, políticos de altura que sepan rediseñar nuestro futuro, el de todos, partiendo de las elementales nociones del bien común y poniendo la política al servicio de los ciudadanos y no de intereses mezquinos basados en la codicia.


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