A veces es necesario
dejar un espacio para poder valorar determinados acontecimientos, al tiempo que
se diluye el enfoque del debate sobre la violencia extrema. Tuve el gusto de
participar en la marcha por la dignidad el 22M en Madrid, movilización que
convocaban 300 organizaciones y que resultó un absoluto éxito de participación.
Después de ver la vergonzosa estimación de la Delegada del Gobierno de 39.000
personas, no me atrevería a proponer un número certero, sería imposible, pero
no menos de medio millón de personas.
Las reivindicaciones
eran de lo más heterogéneo, tantas como colectivos estaban presentes, aunque
muchas de ellas confluían en un eje común de cesar con la política de recortes,
recuperar el mando político sobre el económico, pensar en social y no en
troika, y mensajes parecidos. La indignación es mucha en España y por
demasiados motivos. De ahí que resulte variopinto tanto el espectro de
participantes como de las demandas.
Como en todo acto de
masas, siempre hay algún aprovechado que pasaba por allí y se sube al escenario
pretendiendo representar la vanguardia del pueblo. No me explico que pintaba
allí Willy Toledo, cuando los protagonistas principales eran los portavoces de
las distintas columnas que habían partido de diversos puntos del país. O algún
político con mando en plaza que no quería perderse la foto para los anales de
la historia. Esta gente no ha aprendido todavía que cuando se convoca al pueblo
a manifestarse no pueden pretender asumir ningún tipo de protagonismo, ya que
desvirtúan la verdadera motivación personal y colectiva de cientos de miles de
participantes.
La manifestación fue un
verdadero éxito: familias con niños, gente mayor, jóvenes, de todos los lugares
de España que se esmeraban en hacer saber a los demás, con un ambiente alegre,
casi festivo, con demandas muy claras y contundentes sobre una situación social
que se presenta demasiado insostenible para millones de personas. Demandas que
merecen la pena continúen en el debate político, social, comunitario en una
España que nunca ha dejado de ser reivindicativa y cuyos actuales
representantes políticos tienen el deber y la obligación de cambiar de
paradigma por el bien común.
Todo lo que pasó
después, ataques violentos, enfrentamientos, pedir documentaciones, policías
heridos y violentos detenidos y también heridos, ya ha sido analizado
concienzudamente, incluso dejando muy al margen el verdadero objetivo de la
marcha. Quizás eso era lo que pretendían unos y otros.
La llamada de atención
que supone una participación tan amplia en la convocatoria debería ser un
revulsivo para nuestra dormida casta política. Hay que acercarse a los
problemas de los ciudadanos, sentir la calle, contrastar programas e ideologías
con propuestas y con ideas. Si los políticos abandonan o se alejan de la
ciudadanía, los ciudadanos acabarán por abandonar a los políticos y esa espiral
suele tener resultados muy peligrosos.
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