sábado, 29 de marzo de 2014

LO DEL 22M

A veces es necesario dejar un espacio para poder valorar determinados acontecimientos, al tiempo que se diluye el enfoque del debate sobre la violencia extrema. Tuve el gusto de participar en la marcha por la dignidad el 22M en Madrid, movilización que convocaban 300 organizaciones y que resultó un absoluto éxito de participación. Después de ver la vergonzosa estimación de la Delegada del Gobierno de 39.000 personas, no me atrevería a proponer un número certero, sería imposible, pero no menos de medio millón de personas.

Las reivindicaciones eran de lo más heterogéneo, tantas como colectivos estaban presentes, aunque muchas de ellas confluían en un eje común de cesar con la política de recortes, recuperar el mando político sobre el económico, pensar en social y no en troika, y mensajes parecidos. La indignación es mucha en España y por demasiados motivos. De ahí que resulte variopinto tanto el espectro de participantes como de las demandas.
Como en todo acto de masas, siempre hay algún aprovechado que pasaba por allí y se sube al escenario pretendiendo representar la vanguardia del pueblo. No me explico que pintaba allí Willy Toledo, cuando los protagonistas principales eran los portavoces de las distintas columnas que habían partido de diversos puntos del país. O algún político con mando en plaza que no quería perderse la foto para los anales de la historia. Esta gente no ha aprendido todavía que cuando se convoca al pueblo a manifestarse no pueden pretender asumir ningún tipo de protagonismo, ya que desvirtúan la verdadera motivación personal y colectiva de cientos de miles de participantes.

La manifestación fue un verdadero éxito: familias con niños, gente mayor, jóvenes, de todos los lugares de España que se esmeraban en hacer saber a los demás, con un ambiente alegre, casi festivo, con demandas muy claras y contundentes sobre una situación social que se presenta demasiado insostenible para millones de personas. Demandas que merecen la pena continúen en el debate político, social, comunitario en una España que nunca ha dejado de ser reivindicativa y cuyos actuales representantes políticos tienen el deber y la obligación de cambiar de paradigma por el bien común.

Todo lo que pasó después, ataques violentos, enfrentamientos, pedir documentaciones, policías heridos y violentos detenidos y también heridos, ya ha sido analizado concienzudamente, incluso dejando muy al margen el verdadero objetivo de la marcha. Quizás eso era lo que pretendían unos y otros.


La llamada de atención que supone una participación tan amplia en la convocatoria debería ser un revulsivo para nuestra dormida casta política. Hay que acercarse a los problemas de los ciudadanos, sentir la calle, contrastar programas e ideologías con propuestas y con ideas. Si los políticos abandonan o se alejan de la ciudadanía, los ciudadanos acabarán por abandonar a los políticos y esa espiral suele tener resultados muy peligrosos.

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