El pasado 1 de enero,
Dilma Rousseff tomó posesión como Presidenta de Brasil tras ganar las
elecciones presidenciales a finales de octubre. En la ocasión, estuvieron
presentes los mandatarios de Bolivia, Evo Morales; de Chile, Michelle Bachelet;
de Uruguay, José Mujica, además del recién electo Tabaré Vázquez; Horacio
Cartes, de Paraguay; Nicolás Maduro, de Venezuela; los cancilleres de varios
países del área, como México, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Perú y un largo
número de representantes de alto nivel. Por Estados Unidos, asistió el
vicepresidente Joe Biden, en representación del mandatario Barack Obama. En
este acto, tan importante para los próximos años en Brasil, la representación
española se limitó a que asistiera nuestro embajador en Brasilia, quien sólo
pudo estar presente en la toma de posesión sin mantener ni un solo contacto con
mandatarios del resto de las representaciones.
Cierto es que Margallo,
nuestro Ministro de Asuntos Exteriores y (escasa) Cooperación, se encontraba de
misión en El Cairo, pero ha sido muy extraño que al evento no pudieran asistir
ni el Rey Felipe VI, ni Mariano Rajoy, ni la Vicepresidenta Soraya Saenz de
Santamaría, ni ningún Secretario de Estado del Ministerio. Desde todos estos
ámbitos institucionales la excusa ha sido que estaban en periodo vacacional, es
decir, que ninguno de ellos estaba operativo. La miopía política de este
gobierno es monumental, habida cuenta la importancia de Brasil en el actual
contexto mundial, tanto desde el ámbito de lo político como de lo económico.
Brasil, no es sólo la
sexta economía mundial sino que además representa un claro motor (junto a
México), del impulso de integración latinoamericana que no debe ser
despreciado. Su papel en el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica), es fundamental para el futuro de los países emergentes y su
implicación total en la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños) es clave en la zona. Menospreciar la toma de posesión de la
Presidenta del gigante de Sudamérica, siendo representados por nuestro
embajador, deja clara la prepotencia de un Estado y de un Gobierno español que,
sin embargo, apuesta por Cumbres tan devaluadas como la Iberoamericana.
El interés por mantener
buenísimas relaciones con Brasil debía ser considerado de primer orden, pero
nuestro máximos representantes estaban de vacaciones navideñas. Olvidan que es
el tiempo de Brasil, que en los próximos años realizará inversiones importantes
en su país, eventos internacionales de gran calado y cuya presencia en el mundo
adquiere, cada día, mayor importancia. Pero la Marca España tiene que hacerse
notar, yéndose de vacaciones.
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