Los niveles de corrupción en la
administración pública han alcanzado sus mayores índices en la historia de
nuestra democracia. De lo descubierto hasta la fecha, el corruptómetro nacional
está encabezado por el Partido Popular, seguido a escasas décimas por el PSOE y
,en tercer lugar, Convergencia i Unio. La trama Gurtell, la Púnica, los Eres,
Caso Formación, Palau y decenas de escándalos más, sitúan nuestro sistema de
partidos en un verdadero problema para la ciudadanía.
En los países más avanzados estos
asuntos se han resuelto hace tiempo. Los electores no se plantean ningún dilema
sobre si apoyarán a quien haya robado más o menos, simplemente dejaron de
votarles hace mucho tiempo. En nuestro país parece imperar la lectura
interesada de que todos los partidos son iguales, es decir, todos roban, para
eliminar o disminuir el daño causado por los casos de corrupción e intentar
dejarlos a un lado en el debate electoral. De ahí el permanente recurso al “y
tú mas”.
Llevamos años de retraso en la concepción
política de la administración de todos, en la gestión del bien común para la
mejora de nuestras condiciones de vida, contando con un nivel bastante bajo en
el perfil de nuestros políticos. Los electores, que son realmente los que
mandan, no pueden apoyar a ningún partido que haya metido la mano en la caja,
que no haya sabido controlar los fondos y a quienes los manejan y que no haya
sabido gestionar bien lo que es de todos. Así de simple.
Otro lastre de nuestra concepción
política viene dado por la arrogancia de erigirse en “representantes”
olvidándose de la ciudadanía durante todo el periodo de gestión. La aplicación
de políticas públicas se hace en beneficio de la población y lejos de ellas
deben quedar la utilización partidaria de las instituciones para pelear por
disputas ajenas a la gestión encomendada. Elegimos políticos gestores de
nuestra realidad y planificadores del futuro, no representantes para que hagan
lo que les de la gana (la mayoría de las veces lo distinto a lo indicado en el
programa electoral), ni gallos de pelea que convierten nuestra dinámica
política en una feria chabacana repleta de insultos e ineptitudes.
Es necesario y urgente cambiar
nuestra mentalidad a la hora de decidir a quién colocamos al frente de las
instituciones y, según lo anterior, debe partir del principio de no votar a
ninguna formación que haya gestionado mal, propiciado casos de corrupción o no
controlado la administración de fondos. En segundo lugar, dejar a un lado a
aquellas formaciones políticas que se adueñan de la representación para
continuar con el circo. Necesitamos grandes políticos gestores de lo público y
no políticos militantes de carrera a cargo del erario público.
Es que no aprendemos.
2 comentarios:
Tan obvio que recuerda aquella frase de un prestigioso español ya fallecido: Pobre país! Donde hay que demostrar lo evidente!
De Sócrates es la cita, !qué barbaridad!!cómo pasa el tiempo!
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