Andalucía ha superado
con creces todos los datos negativos de los últimos 30 años, en desempleo, en
inversiones, en déficit, en fracaso escolar, en perspectivas, en todo. A
alguien le puede parecer demasiado pesimista y simplista la retahíla, pero
repasando los índices no queda más remedio que situarnos en ellos si queremos
salir de la “gran depresión”.
Los partidos
tradicionales y los nuevos no aportan mucho, más bien casi nada, a este
desaguisado de datos y cifras, limitándose a ir a lo suyo, a decir que el otro
es más malo o peor que él, o por el contrario que ellos son los mejores. No
vemos ni un solo atisbo de claridad mental pro activa en la gestión de lo
público en Andalucía que nos haga pensar que estamos en buenas manos.
La resolución de los
problemas en la comunidad no es demasiado difícil. Bastaría con afrontar con
nitidez una nueva estrategia para el desarrollo andaluz en el siglo XXI y
ponerla en práctica ya. Las estrategias de desarrollo se dividen en dos: las
buenas y las malas.
De estas últimas, las
malas, sabemos demasiado. Son aquellas que han ido poniendo en práctica los
distintos gobiernos autonómicos, provinciales y municipales para llevarnos a la
ruina más extrema, situación de la que luego se desentienden mirando para otro
lado y señalando a Lheman Brother o a Bankia como los responsables últimos de
la penuria.
Son estas malas
estrategias, o más bien las no estrategias, las que nos colocan con los
políticos más ineptos en los últimos puestos de la fila. Vividores de la política,
incapaces, impotentes, inexpertos e ignorantes, que pasaban por allí y
decidieron meterle a esto de la política. Aprovechados, gorrones, abusadores,
parásitos y tragapanes, que han decidido que ellos sí que valen. Gente que no
aporta nada nuevo para la mejora en la calidad de los servicios públicos y en
la planificación para cambiar la realidad.
En las buenas
estrategias debemos encontrar justo todo lo contrario. Personas muy
concienciadas para el servicio público, perfectamente preparadas para asumirlo,
comprometidos, capaces de diseñar nuevos espacios para reconducir la vida de lo
que es común. No sólo se limitan a ser buenos y eficaces gestores de la
miseria, sino que se convierten en agentes de cambio social, promotores del
porvenir, aptos para estar pensando en cómo mejorar el bien común partiendo de
la realidad que tenemos.
De estos en los
partidos políticos hay pocos, porque en ellos se integran a veces gente de
buena voluntad pero en el momento que pisan moqueta se olvidan de sus
responsabilidades dedicando la mayor parte de su tiempo a hacer todo aquello
que sea posible para continuar pisando moqueta.
Nuestra crisis es,
sobre todo política, al haber entrado en una espiral de mendrugos que respiran
cuando son cargos públicos, que se aferran a la oficialidad de su partido para
continuar saliendo en la foto o que, simplemente, viven en la inopia de la
condescendencia.
Pero igual es lo que
nos merecemos.
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