Desde que en 1992 se
celebrara la Conferencia Internacional sobre el medio ambiente en Río de
Janeiro, Brasil, puede afirmarse que poco o muy poco se ha avanzado en la
consolidación de políticas frente al cambio climático, el efecto invernadero,
los altos niveles de contaminación y sobre el respeto a la biodiversidad.
Para los gobiernos que
participan en estas cumbres, su participación en las mismas ha pasado a
convertirse en la lectura de un discurso escrito durante 8 minutos, en los que
todos declaran sus buenas intenciones, loan las bondades del planeta, llaman a
asumir responsabilidades en la materia, pero sin comprometerse lo más mínimo en
una estrategia común de envergadura para hacer nuestro planeta más limpio, más
sano y duradero.
En Río + 20, hemos
podido comprobar el vacío de contenido en los compromisos gubernamentales,
mientras en la cumbre alternativa ecologistas de todo el mundo se desgañitaban
con el grito de “salvad al planeta”. Se ha llegado a afirmar que Río+20 sólo ha
servido para que los mandatarios participantes comentaran en encuentros aparte
la situación económica mundial y estrecharan lazos bilaterales, dando así una
muestra real de lo que les importa el medio ambiente. Ni un solo compromiso en
firme, dejándolo todo para la siguiente, en la que podría ocurrir lo mismo y
así dejar vacíos de contenidos los compromisos internacionales.
El problema no es ya la
baja calidad de los gobiernos, ni siquiera su inexcusable insensibilidad sobre
el tema, sino que encontramos el error principal en la misma concepción de lo
que entienden por preservación del medio ambiente y que al ser un tema que ni
quita ni da votos pasa a ser de cuarto orden. Se cumple la obligación de
“estar” pero aprovechando para otras cuestiones.
La concepción imperante
en los estados participantes en la cumbre, parte de la base equivocada de que
debe enfrentarse el problema medioambiental pensando en el ser humano, es
decir, vuelven a situar a una de las especies, el hombre, por encima de todas
las demás y abordarán la biodiversidad desde la perspectiva de resolver qué es
lo que sería más necesario para mejorar la calidad de vida de los humanos. Si
al menos asumieran con rigor ese criterio ayudaría a mejorar la calidad del
planeta, pero ni quiera asumen aquello.
Se olvidan los
mandatarios de que el planeta lo formamos todas las especies existentes en la
tierra y en el mar, que todo ello conforma la biodiversidad y que nos toca a
los humanos, dotados de la capacidad de ordenamiento y, a veces, de raciocinio,
ordenar todos los aspectos necesarios para preservar dicha biodiversidad. Ese
es el error de bulto de Río+20, no encontrar el equilibrio necesario entre el
avance y desarrollo económico y humano y el resto de las especies que habitan
nuestro planeta.
De continuar por ese
camino estaremos condenando al hundimiento de una de las experiencias quizá
irrepetibles en todo el universo: la vida en el planeta tierra.
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