Se ha puesto de moda (discurso de
Podemos), hablar de la “casta” para referirse a aquellos grupos y personas
relacionados con el poder político, financiero, empresarial y mediático, que
mandan y han mandado en nuestro país. El adjetivo, califica su intencionalidad
de que nada cambie, que sus privilegios sigan intactos y que de modificar algo
sea para obtener mayor tajada.
Ha calado el mensaje en todos los
sectores señalados, sobre todo en el político de donde todos quieren salirse de
la definición, con argumentos tan peregrinos como: “yo no soy casta, mi padre
es fontanero”, de Susana Díaz, Presidenta heredera de la Junta de Andalucía, o
“ ellos también son casta ya”, de Esperanza Aguirre, otrora Presidenta de la
Asamblea de Madrid y mandamás en el PP madrileño. Cientos de personas de la
“casta” que esgrimen argumentos justificativos para negar que durante decenas
de años han coadyuvado, por acción u omisión, a empeorar las condiciones de
vida del pueblo llano, erigiendo en clase política sin la cual nada sería
posible.
Se han aferrado a una concepción
de la vida pública excluyente, donde los únicos ejecutantes y tomadores de
decisiones eran ellos, que para eso les había elegido el pueblo, baluarte de la
democracia conseguida en nuestro país tras la muerte del dictador fascista. Se
han apropiado del concepto global de democracia y de todos los beneficios y
presencias en parlamentos, instituciones, consejos de administración de
empresas públicas y privadas, para convertirse en la “casta” dirigente, en
vanguardia de lo que pensaba el pueblo soberano que les votaba en las urnas.
En el espectro de los
pertenecientes al grupo, su capacidad, su preparación personal, cualidades para
la función pública, han ido desmejorando conforme avanzaba el tiempo, teniendo
en la actualidad una casta política de muy bajo nivel y aferrada a los
beneficios que obtienen de su pretendido servicio público. El cordón umbilical
que los une con las otras castas (financiera, empresarial, mediática) forma un
entramado cuasi mafioso, originando corrupciones de alto y medio nivel,
habiendo conseguido una desafección ciudadana hacia la política y los
políticos, siendo más grave aún hacia las instituciones.
Así que nadie se rasgue las
vestiduras. Haber pertenecido o pertenecer a la “casta” se elige, es una opción
como la de no querer pertenecer o no haber pertenecido nunca. Lo importante es
saber que la calificación para ser “casta” no la designa ningún tribunal
popular revolucionario a la antigua, sino las propias acciones u omisiones de
las personas que han hecho posible la denigración de nuestro país.
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