El sistema financiero
internacional rinde pleitesía a su “dios” omnipresente, el dinero, colocando en
su catecismo fundamentalista las virtudes de la codicia, el egoísmo, la
acumulación y el despilfarro, mientras sus clérigos y acólitos, disfrazados de
presidentes de gobierno, procuran hacer méritos para alcanzar el paraíso sin
reparar en los daños colaterales de sus acciones u omisiones.
Si del sistema dependiera, les
encantaría regresar a las épocas feudales, pero saben adaptarse a los nuevos
tiempos y traducen a la actualidad en qué consistiría tal situación en el Siglo
XXI. En principio, los trabajadores tienen que ganar lo justo dándose por
satisfechos al menos por tener un trabajo. La clave está en que su salario les
siga manteniendo en situación de cuasi exclusión o pobreza, porque de esa forma
protestarán menos, aguantarán más y se mostrarán serviles con el patrón.
Hay que hacer retroceder la
presión sindical, anulando sus posibles respaldos de los propios trabajadores y
mantener un número elevado de desempleo para que se mantenga la relación
deseada. Controlan, a través de sus señores feudales en los gobiernos, la
represión sobre las protestas con leyes mordazas para los residuos callejeros
pensantes. Manejan los medios de comunicación que utilizan como adormidera de
las masas para que se entretengan y no molesten mucho. En ellos mienten como
cosacos, pero se confiesan rápido aludiendo a piadosas mentiras.
Hay que anular cualquier atisbo
incontrolado que pretenda atacar políticamente al sistema financiero,
utilizando la artillería pesada de que esas opciones supondrán la escasez y
racionamiento del papel higiénico, como pasa en los confines de la tierra,
llamando a la cordura para impedir que unos melenudos con coleta impidan que
nos podamos limpiar el culo.
Promueven los desahucios en su
diseño del mal, para que sirvan de escarmiento y de referente a aquellos que
osen vivir por encima de sus posibilidades, que vean que el sistema es firme y
contundente contra los parias, mientras adornan sus constituciones con derechos
fundamentales a la vivienda digna, trabajo digno, salud y educación
universales. Constituciones que defienden como libro sagrado que jamás
cumplirán, pero que utilizan para frenar a los avispados e indignados.
Llevan aplicando esta Yihad de
los mercados contra la población mucho tiempo. A veces pierden alguna batalla,
pero saben planificar con antelación las siguientes estrategias para sacar
partido y adelantar dos pasos el paso perdido. Su bandera no es negra ni tiene
letras árabes, enarbolan la bandera de la libertad, de la democracia, de la
racionalidad y la modernidad, para colocar fuera del sistema a aquellos
disparatados poco dóciles y acoger en su santo seno a las almas a las que
engaña con el mensaje del estado del bienestar.
No pretendo exculpar a los de la
otra Yihad del califato, ni mucho menos. Pero no debemos perder de vista en que
Yihad nos tienen metidos una buena pandilla de golfos y maleantes, disfrazados
de gobernantes para el pueblo.
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