Quien no haya sentido que en el
último año se han producido movimientos vertiginosos en la política española,
es que no se ha enterado de nada. Dichos movimientos son de cambio, de un deseo
de cambio que ha provocado bastantes bipolaridades, incluso tripolaridades, en
muchísimas personas. No resulta tan fácil eso de saber quiénes son los míos,
porque los míos pueden ser varios y al mismo tiempo.
Hemos pasado de un inamovible
bipartidismo entre el PPSOE, a la irrupción de Podemos, la aparición de
Ciudadanos, las confluencias municipales que han ganado alcaldías importantes,
el reforzamiento de Equo y, lo último, la apuesta de confluencia de candidatura
unitaria promovida por Izquierda Unida, al encontrarse al borde del precipicio.
De las marchas por la dignidad,
que pusieron la calle en movimiento, a las distintas mareas sectoriales, la
población adoptó un giro de movilización que ha ido apagándose en la medida en
que muchas de esas demandas sociales y políticas han ido tomando forma en los
partidos emergentes.
Todo el mundo hablaba de Podemos,
del cambio, de la necesidad de asumir que se puede hacer política de otra
forma, con cifras espectaculares en intención de voto cercanas al 30%. A lo
largo del año transcurrido, Podemos ha sido atacada por tierra, mar y aire,
perdiendo casi la mitad de los apoyos de otrora y situándose en torno al 15% en
la mayoría de las comunidades autónomas y como previsión para las generales
próximas.
Todavía está por ver si realmente
Podemos puede encabezar ese cambio incrustado y deseado, necesario y
trascendental, para afrontar los próximos años de la política en nuestro país.
Igual que los procesos de confluencia en las municipales, que tienen por
delante un camino clave para validarse como opciones de continuidad o de
sucumbir en el intento.
En todo este proceso, interesante
sin duda, el partido Equo ha ido consolidando sus posiciones. Más allá de un
partido ecologista, sectorial, se está configurando como una alternativa real
en la globalidad, con una visión holística y promete abrirse paso en los
próximos años, aunque ahora debería ir con Podemos.
Lo cierto es que la dispersión de
voto, en estas generales, puede hacer posible un nuevo gobierno del Partido
Popular y frustrar así todas las ansias de cambio vividas por la población. En
democracia está claro que cada pueblo tiene lo que se merece y sería muy
lamentable que aquellos que han mentido, estrangulado a las capas medias y
bajas, que están llenos de casos de corrupción y se muestran al servicio del
sistema financiero, volvieran a hacerse con el gobierno en las elecciones de
noviembre.
Pero todos los demás partidos
están haciendo lo imposible para que esto se vuelva a dar y, entonces, será el
momento de volver a quejarse de lo mal que lo hace el PP.
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