Tras varios atentados
consecutivos en localidades del sur de Turquía, el gobierno de Erdogan ha
decidido, con el beneplácito de EE.UU., iniciar ataques por tierra y aire
contra las tropas yihadistas en territorio sirio, en la zona fronteriza que
actualmente ocupa ISIS. Con esta opción el conflicto adquiere un nuevo perfil,
quizás el que muchos estaban esperando desde las posiciones de la Alianza
Atlántica, para frenar y mermar las capacidades de avance y consolidación del
Estado Islámico.
Nuevo perfil, en primer lugar,
porque Turquía había permitido hasta ahora los pasos por su frontera a Siria de
armas, municiones, pertrechos y, especialmente, la incorporación de personas
extranjeras a la zona a sabiendas de que su objetivo era unirse a las fuerzas
combatientes de ISIS. En segundo lugar, porque hasta ahora no se habían
producido ataques por tierra en los que participaran tanques ni tropas de
aliados occidentales, abriendo el abanico de posibilidades reducidas por el
momento a uso de drones y bombardeos ocasionales.
Recordemos que Turquía es miembro
de la OTAN desde 1952, y que aporta al presupuesto de la Alianza el 1’4% del
total y que si un país fuese atacado podría intervenir la fuerza militar
volcando toda su potencia de fuego en la zona para defender al país atacado.
EE.UU., se ha apresurado a solicitar permiso para la utilización de las bases
turcas y apoyar desde el aire los bombardeos sobre milicias de ISIS, pero el
Secretario General de la OTAN ya está estudiando las posibilidades de
intervención de la propia Alianza si así fuese solicitado por el gobierno
turco, extremo que no debemos descartar y que implicaría la participación de
efectivos aéreos españoles.
Teniendo en cuenta que el aporte
a la OTAN está dominado por EE.UU., con un 25,2%, Alemania, con el 19,6% y
Reino Unido, 15,5%, lo que suma entre los tres países el 60% del total del
presupuesto; cabría pensar que Turquía se convertirá en objetivo fundamental de
la Alianza para frenar la ampliación de territorios, destruir la capacidad
ofensiva y reducir lo conquistado hasta ahora en Siria, por los yihadistas de
ISIS.
Pero no se nos puede escapar que
la decisión de Erdogan tiene unas consecuencias graves en la no condena de la
violación de los derechos humanos contra el Pueblo Kurdo. En los primeros
ataques aéreos turcos ya se han bombardeado posicionamientos del PKK, olvidando
que son los Kurdos quienes han venido frenando el avance islamista radical en
el norte de Siria. Erdogan va a aprovechar la ocasión para castigar como nunca
ha podido hacerlo en los últimos años a los miembros del ejército kurdo que
ponen en peligro su estabilidad por la lucha de independencia que reclaman
desde hace decenios.
EE.UU. ha puesto condiciones a
Turquía para un apoyo total y entre ellas figuran el respeto a los kurdos,
quienes se han convertido en sus principales aliados en la zona y a los que han
armado hasta los dientes para evitar tener que poner la bota en territorio de
conflicto con su infantería y los marines. De momento Erdogan ha hecho oídos
sordos, porque no le gusta que los kurdos estén tan bien pertrechados y no
desea que adquieran reconocimiento internacional por su tarea de freno al
yihadismo en la zona.
Lo cierto de la película es que
si Turquía realmente quiere hacer pupa a ISIS tendría que adentrarse muchos
kilómetros en territorio sirio, ya que hasta ahora solo ha producido unas
treinta bajas tras el repliegue y ocultación de las fuerzas del Estado
Islámico, mientras que por su frontera con Irak puede sufrir graves represalias
por un mayor número de presencia de efectivos de ISIS.
Llamo la atención a la opinión
pública sobre los intereses turcos en las acciones que emprendan, pues
arropados por una visión positiva internacional de lo que están realizando como
esfuerzo para frenar a ISIS, sin duda alguna se esconden sus intereses
geoestratégicos de diezmar las tropas kurdas y el poderío actual del PKK.
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