domingo, 10 de enero de 2016

EL PROCESO CATALÁN


Kafka se hubiera sentido ridiculizado si en sus tiempos se hubiera vivido el escenario de este Proceso. Los participantes en la escenificación han jugado todas sus cartas y los tiempos de una forma magistral, a sabiendas de que sus decisiones tendrían un cierto coste político para los protagonistas, que sopesaron muy bien antes de asumir el reto.

Tras los resultados de las elecciones catalanas, se vislumbró que el recorrido para formar gobierno no sería nada fácil y se diseñó una estrategia que pasaba por no llegar a ningún tipo de acuerdo hasta que se celebraran las elecciones generales. Rajoy, a sabiendas de la intención, retrasó al máximo la convocatoria de elecciones para colocar el tema catalán en la campaña electoral, reduciendo el impacto de sus políticas antisociales y su currícula de corrupción. Por su parte, los independentistas intentaban sacar los mejores beneficios de un nuevo escenario político tras el 20D. Y eso es lo que se ha producido.

El acuerdo in extremis de la CUP con Junts pel sí , que garantiza el inicio del proceso hacia la soberanía de Cataluña, pone en jaque la inestabilidad del futuro gobierno español. Coloca a Rajoy en la mejor posición de salida posible para la nueva realidad y cerca al PSOE, que se verá abocado a apoyar un gobierno del PP con su abstención, posiblemente en la segunda sesión. Al proceso, le interesa que haya un gobierno del PP en minoría absoluta y casar al PSOE con el inmovilismo político para reforzar sus posicionamientos en Cataluña.

Hemos pasado de puntillas los últimos meses sobre el proceso de Cataluña, pero a partir de hoy la cuestión de la independencia se coloca en trending topic de la política española. Todo aquello que se haga, se diga, se piense o se manifieste, tendrá una repercusión a medio plazo en los avances soberanistas de Cataluña. Lo único serio que hemos oído en la campaña electoral, es la necesidad de caminar hacia una consulta, basada en el derecho a decidir, que ponga fin a los despropósitos de unos y de otros. Lo demás ha sido, simplemente, postureo.

En el año en que se cumplen 80 del inicio del golpe fascista, el inicio de la guerra civil que acabó con la II República y la democracia en este país, hemos de plantearnos muy seriamente si ha llegado el momento de recomponer nuestro espacio compartido con un reconocimiento plurinacional y dibujar una nueva Constitución que nos sirva para otros cuarenta años, como mínimo. Las posturas enfrentadas e inmovilistas solo nos traerán resultados retrógrados. Es urgente cambiar la Constitución, adaptarla al Siglo XXI y a nuestra realidad de Estado. No será fácil el camino, pero los resultados nos colocarán en la mejor posición posible para afrontar con garantías de éxito los próximos decenios. Enrocarse en discursos trasnochados y rancios no es la mejor opción.




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