Si la segunda mitad del
pasado Siglo XX fue descrita como el tiempo de América Latina, donde los
distintos estados fueron resolviendo sus problemas internos y geoestratégicos,
la primera mitad del actual Siglo XXI estará marcada por los mismos o parecidos
procesos en el continente africano.
África ha entrado en el
escenario político, económico y social con
una serie de conflictos que son sólo el inicio de años venideros de
incertidumbre. Las antiguas metrópolis intentarán jugar distintos roles para no
perder lo poco que les quede de presión para continuar esquilmando los recursos
naturales y riquezas sin explotar en muchas de sus ex colonias.
Desde todo el proceso
iniciado con la llamada “primavera árabe” en el norte mediterráneo (aún no
resuelta en varios países y en especial en Egipto) hasta las extremas
situaciones de Somalia, República Centroafricana y el nuevo país Sudán del Sur,
nos encontraremos con situaciones de violencia activa, golpes de estado,
guerrillas o grupos insurgentes, derrocamientos, enfrentamientos
étnico-religiosos y cualquier tipo de justificación para ocultar la verdadera
raíz de los conflictos.
África es un continente
prácticamente convertido en reserva de recursos naturales para los grandes
intereses estratégicos de muchos países del mundo, desde los europeos a Estados
Unidos, sin olvidar China y algunos países emergentes como India, Brasil o
Sudáfrica. Todos ellos quieren pugnar por repartirse un trozo importante del
pastel de dichas riquezas: petróleo, gas, diamantes, uranio y varios minerales
estratégicos para la defensa y para el consumo de masas.
La desestabilización de
gobiernos será una constante en los próximos años. Se fijarán alianzas de
grupos políticos con multinacionales que realmente responden a los intereses de
las potencias y que actuarán como su brazo ejecutor en cada una de las zonas en
litigio. Donde actualmente no hay conflicto lo habrá, se provocará, se
justificará y se financiará para que lo haya. Cualquier motivo será válido,
dependiendo de cada una de las realidades internas de los países, para iniciar
o reavivar un conflicto.
A los poderosos les da
igual el número de víctimas que se den en ellos, tal y como les ha dado igual
que continúen muriendo de hambre y enfermedades curables millones de personas.
Lo único que les mueve e interesa son las ganancias a futuro que produce el
control de los recursos por explotar en el continente.
Lo demás sólo serán
daños colaterales. Los africanos tienen que despertar y asumir este escenario,
sabiendo jugar su papel con transparencia, al tiempo que los organismos
internacionales, sobre todo Naciones Unidas, deben aplicar criterios de respeto
a los derechos humanos y denunciar los intereses de terceros países y de
oligopolios empresariales.
De lo contrario,
centenares de miles de personas vivirán un infierno en vida, serán utilizados
sin miramientos y demostraremos, una vez más, nuestro rostro más ruin como
seres humanos.
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