Ha calado hondamente en la
población la situación de desesperación por la realidad en la que vivimos.
Cientos de miles de familias han caído al umbral de pobreza y decenas de miles
al de pobreza extrema. El paro continúa estancado en torno a 6 millones de
personas, el juvenil supera el 54%, los contratos basura aumentan y la
inestabilidad en el empleo con sueldos bajos está a la orden del día.
De otro lado, también aumentan
los ricos en España. En lo que va de año se han sumado varios miles a aquellos
que poseen más de un millón de euros. La explicación la podemos encontrar en
políticas gubernamentales que continúan beneficiando a los que más tienen y
enviando a la exclusión a los que menos tienen.
La afirmación popular del
“siempre ha habido ricos y pobres”, cobra peso al ver eternizarse una situación
catastrófica de la que tardaremos varios lustros en salir. Pero la clave no
está en los refranes, sino en las políticas públicas aplicadas por un gobierno
neoliberal, sometido a los dictados de la troika y al servicio en exclusiva del
poder económico y financiero.
En estos años de crisis brutal,
la población se ha ido acostumbrando a los efectos de la misma: compra menos,
gasta menos, sale menos, recorta gastos básicos, para intentar llegar a final
de mes a duras penas. Más de un millón de familias en España no llegan al día
10 del mes. Pero ese habituarse no tiene nada que ver con la aceptación de la
realidad impuesta, teniendo bien identificados a los culpables de la misma y
habiéndoles tomado la matrícula para las próximas elecciones.
Va creciendo la conciencia
ciudadana de que ellos son los que realmente ponen o quitan políticos. Y han
sido tan duros los efectos provocados por los gobiernos de Zapatero y de Rajoy,
que la gente madura su elección para poner a cada uno en su sitio. En las
europeas se ha sacado tarjeta amarilla al PP y al PSOE, castigándolos
ejemplarmente, pero es muy posible que en las municipales, autonómicas y
generales del próximo año a más de un partido se le saque la tarjeta roja.
Hay quienes intentan reinventarse
a toda máquina para no perder espacios electorales. Hay quienes forjarán
coaliciones para evitar el derrumbe y otros que van a sufrir un estancamiento
tan descarado que se plantearán la reconversión o la unión con otros partidos
del mismo espectro ideológico.
Nos queda mucho que ver en estos
meses venideros, pero lo que no va a cambiar es el sentimiento de estafa que
tienen millones de ciudadanos por las políticas restrictivas y recortes de
servicios públicos fundamentales. Avanzamos, indefectiblemente, hacia un cambio
social y político, donde los ciudadanos tienen la batuta para que los músicos
políticos toquen las piezas que los directores digan. El cambio está
garantizado, lo que no sabemos muy bien es hacia dónde. Pero eso lo decidirán
los electores cuando llegue su momento mientras los partidos se esfuerzan por
seguir resultando atractivos.