Juan Manuel Santos ha ganado en
el balotaje a su oponente Zuluaga. Con el 51% de los votos, Santos gobernará
Colombia en el próximo periodo. Ahora conviene desgranar un poco estos datos y
su significado para el futuro inmediato de los colombianos.
En primer lugar, hay que hacer
mención a la alta abstención en la segunda vuelta. Más del 50% de los electores
se han quedado en casa. Eso quiere decir que los colombianos están realmente
cansados de las alternancias entre liberales y conservadores en los gobiernos,
que se dan desde su independencia con o sin democracia. Es un bipartidismo
gastado y obsoleto que sigue beneficiando a las clases altas y medias altas del
país, mientras mantiene enormes bolsones de pobreza y de extrema pobreza. Colombia
es uno de los países más desiguales del continente. El resultado para Santos es
evidente, pero recordemos que sólo le ha votado un 25% de los electores
totales, sólo ¼ de los colombianos apoyan sus propuestas.
En segundo lugar, la elección ha
estado marcada por el proceso de Paz iniciado con las FARC y recientemente con
el ELN. Santos se ha propuesto como meta la pacificación del país para terminar
con más de cincuenta años de guerra que ha costado la vida de cerca de 250.000
colombianos y más de tres millones de desplazados. Podemos intuir que la
apuesta es firme por la paz y la reconciliación, pero al ritmo que llevan las
negociaciones de La Habana el proceso podría dilatarse demasiado en el tiempo y
comenzar a estancarse con los asuntos más espinosos del diálogo que aún no se
han tocado.
En tercer lugar, los colombianos
están dando muestra de hartazgo de esta clase política que los ha llevado a la
ruina durante decenios y así lo ha manifestado en la primera vuelta, votando
nuevas opciones, aunque no consiguieron colarse para la segunda. Mucho han de
cambiar las cosas en los actuales mandatarios y oposición de Colombia, para
evitar que en los próximos procesos electorales entren en liza nuevas opciones,
jóvenes, vivas y con poco almidón en sus ropas. Se vislumbra la aparición de
una nueva Colombia en lo político, con discursos innovadores y modernos, para
la aplicación de políticas públicas que busquen mayor equidad y un desarrollo
armónico y simétrico.
Por último, Santos tiene que
plantearse muy seriamente un ejecutivo capaz de sintonizar con los problemas
reales de la gente, muchos de ellos más allá de la guerra en el país. Tendrá
que ir mezclando los adelantos de proceso de paz con un alarde de nuevas
políticas si realmente quiere lo mejor para su pueblo. No puede construirse la
paz de los cementerios sino una paz que dibuje un nuevo país, valiente,
integrador, no excluyente y dispuesto a avanzar en común hacia un desarrollo y
una democracia real, acabar con la corrupción y promover la unidad de todos los
colombianos.
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