Basta recordar el proceso de
transición en España para darse cuenta de dónde estaban situados los intereses
de la entonces “clase política”. Arias Navarro de presidente post-franco,
representaba los intereses del “movimiento” y pretendía establecer un
Franquismo sin Franco, una continuación del régimen. El Rey Juan Carlos, bien
asesorado, optó por retirarle su confianza y nombra a Adolfo Suárez Presidente
del Gobierno, encargándole expresamente el inicio de transición a una
democracia moderna. Suárez viaja a Washington para el obtener el visto bueno de
la nueva opción para España, recibiendo el apoyo norteamericano de inmediato.
Se inicia, así el proceso de transición que no se concretará hasta la firma de
los “Pactos de la Moncloa”, dos años más tarde.
La redacción de la Constitución
Española del 78, sirvió de motivo para afirmar la ruptura con el régimen
anterior y perfilar un país nuevo, moderno y adaptado a los tiempos europeos.
Nuestra actual Constitución, aunque ya necesita una puesta a punto pasando por
la ITV, recoge una serie de declaraciones de principios que han sido vulnerados
por todos los gobiernos desde el 79 hasta ahora. Ningún partido ha entrado en
la defensa de estos principios y de articulados concretos que sitúan al pueblo
como principal soberano y aparece protegido por encima de los intereses
económicos en lo referido a su propio bienestar con la gestión de los servicios
básicos a la población. La Constitución simplemente ha sido utilizada para
frenar, reprimir o castigar, aquellos empeños territoriales que no se amoldaban
al modelo descrito y aprobado, pero nunca se tomó como libro de cabecera para
acometer una verdadera política de Estado.
Los partidos se amoldaron al
nuevo sistema, fabricándose al efecto una Ley Electoral absolutamente injusta,
que permitía la presencia de dos grandes partidos y que realmente les ha
funcionado durante todo este tiempo. Tanto PP como PSOE, han sido paladines de
lo que ellos denominan “estabilidad”, respetándose en la alternancia para que
nada cambiara. Más allá de algunas cuestiones de maquillaje, ambos han estado y
están de acuerdo en lo que denomino “Los principios fundamentales del Sistema”.
En la alternancia les ha ido bien, tenían su cantera de vividores de la
política pero lo importante era estar o recuperar el poder en todo momento,
sumiendo a los españoles en un discurso arcaico de las izquierdas y las
derechas, reflejo de la época post-franquista, con el fantasma de la guerra
civil en las mentes del personal.
Y no se han dado cuenta que esta
realidad ha cambiado. Demográficamente, nuestro país ha sufrido un cambio
generacional que no ha sido asumido ni estudiado por los grandes estrategas y
analistas de las máquinas de marketing en que se habían convertido ambos
partidos, pensando que todo les funcionaría igual que hasta ahora, hiciesen lo
que hiciesen, pasara lo que pasara y con la total impunidad de que han
disfrutado en todo este tiempo.
Han pasado casi 40 años de la
muerte del dictador y durante este tiempo también han ido cambiando la edad de
los españoles, su formación y capacitación, teniendo hoy a una gran parte de la
pirámide poblacional que sólo ha vivido en democracia. Una mayoría que ha visto
todo el proceso político y que conoce y analiza sus propias contradicciones,
con una responsabilidad ciudadana al alza. Alguno dirá que esto mismo ocurría
hace tres años, cuando más de 10 millones de españoles votaron al PP. Y es
cierto.
Pero lo que ha cambiado,
partiendo de los jóvenes y sumando cada vez más voluntades de distintas capas
de la población, sobre todo de capas medias, es que en estos tres años
transcurridos de gobierno del PP se ha llegado al hartazgo del propio sistema.
La ciudadanía ya no aguanta más y no está dispuesta a ser cómplice de un
sistema que actúa contra ellos en lugar de respetar la Constitución y aplicar
políticas públicas en beneficio del pueblo. Se les ha ido de las manos, a ellos
y al resto de partidos irrelevantes que pretendían jugar en ese mismo tablero
para, alguna vez, romper el bipartidismo haciendo de bisagras o muletillas y
promoviendo algunas reformas.
Pensaban que esto sería siempre
así, que la población española seguía siendo inmadura y temerosa de cambios
bruscos de orientación, avalando sus tesis del bipartidismo. Y se equivocaron.
Lo único que aparece claro en estos momentos es que España necesita un cambio,
un cambio real de reglas, prioridades, escenarios, líderes y representantes del
pueblo. No les asusta la opción de Podemos, lo que realmente les asusta a ambos
y a los irrelevantes, es perder todo el poder que han ido acumulando durante
este tiempo y que no han sabido utilizar para ilusionar al país, relegándolo a
un estado europeo de segundo nivel mientras vivían de lujo a costa de los
demás. Simplemente, se acabó la fiesta.
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