jueves, 15 de abril de 2010
ESPERPÉNTICO
A costa de Garzón, nos quieren meter en un embolado de recuperación de las izquierdas y las derechas, de enfrentamientos trasnochados que no le interesan a nadie, donde el PSOE pretende arrastrar algunos miles de votos situándose en el borde de lo permitido. Recuperar el “No Pasarán” y realizar actos de defensa contra la derecha recalcitrante nos retrotrae a los tiempos de la guerra civil española que, no sabemos muy bien cómo, vuelve a aparecer periódicamente en la escena política del país cuando se acercan los eventos electorales y es utilizada como instrumento del miedo coartando la libertad de los votantes mediante el pretendido éxito de su campaña mediática.
Nuestro Estado está dotado de una legislación que hay que cumplir. Cómo todos somos iguales ante la Ley, la misma hemos de cumplirla por igual. Si la Ley no está bien hecha, ha quedado obsoleta o hubiera que adaptarla por los nuevos fenómenos delictivos o avances tecnológicos, hágase. Si algunos jueces no hacen bien su trabajo, no demuestran la imparcialidad necesaria, no aplican en igualdad la Ley para unos y para otros, habrá que cambiarlos, cesarlos y apartarlos de la carrera judicial.
El juez Garzón se enfrenta a varias demandas y es absolutamente inocente, hasta que no se demuestre lo contrario. Para eso está la Ley, para determinar si las acusaciones vertidas sobre una determinada persona constituyen o no alguna tipología de delito de nuestro código penal y si así fuera aplicarlo. Lo demás, todas las manifestaciones públicas de apoyo que pretenden volver a la teoría vetusta de las dos Españas, sobra.
Si realmente queremos ser un Estado moderno y transparente, hemos de asumir estas situaciones como normales, pasan en todos los países del mundo. Sólo tenemos que salir en defensa de alguien cuando consideremos que se están vulnerando sus derechos humanos fundamentales, cuando es el propio Estado mediante la aplicación de su Ley, el que ataca esos derechos.
Pero de ninguna forma debemos permitir que trasnochados de otras épocas aprovechen que el Guadalquivir para por Córdoba para recuperar los discursos del miedo, la lucha contra el fascismo y transmitir a la población una ración de temor que y atenta de lleno contra el sistema de libertades públicas y democráticas de que estamos dotados.
Por suerte nuestra sociedad está ya escarmentada de estas escaramuzas y se encuentra sumida en otros problemas, el trabajo o el paro, el pago de la hipoteca, los gastos fijos de la vivienda, la canasta básica familiar, etc., y ha adquirido una gran distancia de estos mensajes arcaicos porque cuentan cada vez con más elementos para saber lo que nos conviene como país. Por eso las fantochadas tienen que quedarse ya al margen de lo político para que nuestra “clase política” no siga cayendo más hondo en el pozo de la ignorancia.
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2 comentarios:
Está claro. He escuchado esta mañana a José María Fidalgo en Onda Cero y ha sido muy contundente en este asunto. Luego también han entrevistado a Alvaro Anchuelo y bien pero se le notaba demasiado nervioso.
Considero que la sociedad española está dirigida, en la sombra, y dominada por poderes fácticos perniciosos y arcaicos que no la dejan progresar.
Esta situación tiene su raíz en que jamás hubo una revolución que devolviera el poder a su legítimo dueño: EL PUEBLO SOBERANO
La transición sólo fue buena por ser pacífica, pero no por ser una verdadera transición, sino una claudicación ante el verdugo, al que se le respetó y mantuvo en su poder económico e institucional, que llega hasta nuestros días. Cambió la bala en la cabeza y el terror por una legislación que le asegura la conservación y ostentación del poder y riqueza usurpado al PUEBLO a sangre y fuego. Hasta se permitieron el lujo de nombrar a nuestro actual monarca como sucesor (y para ellos defensor y valedor) del régimen.
Poder forjado de manera ilegal y penalmente punible por cualquier ordenamiento jurídico que tenga un atisbo de justicia y por ende aborrecible por cualquier sociedad que merezca denominarse así.
Más que una transición deberíamos hablar de una continuidad enmascarada.
Las guerras son guerras y todas son aborrecibles, pero aún en esas situaciones extremas existen acciones que repugnan al hombre. Los crímenes de guerra no deben prescribir nunca y deben ser enjuiciados siempre, me da igual de que bando hablemos y si los actores están vivos, muertos o tienen tal o cual edad, un Estado de Derecho tiene la obligación moral de señalar el crimen allá donde se produzca y si el culpable es irresponsable penalmente por su edad si debe sentir la vergüenza de escuchar como la sociedad lo califica como lo que es, aunque luego pase el resto de sus días plácidamente en casa.
La guerra fue atroz dan ganas de olvidarla pero…no debemos hacerlo, si lo hacemos se repetirá más tarde o más temprano. Debemos reconocerla y asimilarla, hacer examen de conciencia y reconocer cada uno su culpa para así poder liberarnos de tan enorme carga.
No obstante lo peor fue la postguerra pues ya no existía el derecho de defensa propia como excusa o motivo para aniquilar vidas. Los crímenes de postguerra deben ser enjuiciados y sus víctimas rehabilitadas en su honor (muchas constan como delincuentes en los archivos sin serlo). Es de justicia que se desagravie a las víctimas y se condene al verdadero delincuente aunque sólo sea de manera simbólica.
Sólo entonces podremos lamernos las heridas y mirar con esperanza al futuro, pero sin olvidar los hechos para que no vuelva a ocurrir.
Estos poderes fácticos se encuentran en todos estamentos económicos, políticos, divulgativos, propagandísticos y también judiciales.
Garzón es víctima de estos poderes facticos sin ningún género de duda.
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