lunes, 12 de julio de 2010
NO NOS OLVIDEMOS DE HAITÍ
Después de seis meses del terremoto que asoló Haití, costando la vida a 275.000 personas y millones de afectados, la situación que se vive en el país continúa siendo de emergencia nacional. La ayuda internacional prometida de 10.000 millones de dólares en cinco años por la conferencia de donantes no acaba de llegar o al menos no se están notando sus frutos. La gente vive en Puerto Príncipe, la capital, en decenas de miles de chabolas improvisadas con plásticos mientras los escombros siguen dominando el paisaje de la ciudad.
Si bien los servicios de agua potable están más o menos generalizados, aún hay problemas en la atención sanitaria y muchas dificultades con los suministros de alimentos. La precariedad de los plásticos hace pensar en la virulencia con que los huracanes y tormentas tropicales afectarán a cientos de miles de haitianos. Acaba de iniciarse la temporada de huracanes y es muy posible que los objetivos conseguidos hasta ahora vuelvan a un punto cero con una fuerte tormenta o un huracán mediano.
Lo cierto es que la comunidad internacional ha hecho lo que ha podido, pero eso es poco. En Haití tocaba remangarse en la planificación estratégica de una reconstrucción que amerita de altas dosis de programación en lo social, político, económico, salud, educación, vivienda, etc. Se trata de colocar todo un plan de reconstrucción en un estado fallido, que siempre vivió como el país más pobre de América Latina y donde sus habitantes tienen la esperanza de vida más corta del continente. Por ello, no basta con hacer lo que se pueda, sino plantear los objetivos desde la Conferencia de Donantes que claramente marquen en el espacio de tiempo de cinco años hacia dónde debe dirigirse la reconstrucción del país.
Mucho me temo que los gobiernos que apoyan se han limitado a colocar sus cantidades de ayuda internacional y se han ido retirando del debate y análisis del hacia dónde vamos. Actualmente se están concentrando en el control de los fondos de emergencia para que no se den malos usos y en ello ocupan todo su tiempo.
Ya hice referencia, a un mes del terremoto, de la importancia que tendría para el futuro de Haití y de los haitianos saber planificar su futuro. Pues bien, a seis meses de la catástrofe, cuando se supone que la fase de emergencia debe terminar y comenzar la fase de reconstrucción y desarrollo, todas las acciones y resultados nos sitúan en una emergencia sin concluir con una ayuda internacional insuficiente y que no presenta con claridad cuáles son los siguientes pasos. Naciones Unidas ha puesto en marcha su programa de alimentos por trabajo, donde algunos miles de haitianos realizan tareas de desescombro en la ciudad por cinco dólares al día, pero al ritmo de dicha limpieza estaríamos hablando de finales de 2014 solo para desescombrar la capital.
Mientras tanto nadie nos indica cómo se tiene orientada la recuperación de un Estado. Si se van a construir nuevas vivienda y dónde, y por qué allí y no en otros lugares, con qué propuestas de desarrollo económico y social en las zonas, qué emprendimientos productivos van a ponerse en marcha, qué medidas se tomarán para el restablecimiento de la gestión política y pública haitiana, cómo se han diseñado los plazos de recuperación en la salud y en la educación, qué mecanismos de control se han establecido para ir evaluando los pasos dados, qué países están cumpliendo con sus compromisos de ayuda a Haití y quiénes se quedaron en palabras.
Una buena gestión de la crisis necesita una gestión única coordinada con el gobierno haitiano y que tenga muy bien estructurada la aplicación de la ayuda para una verdadera reconstrucción. El problema hasta ahora ha sido la descoordinación y me temo que la falta de una hoja de ruta para llevar a buen puerto los apoyos internacionales a la reconstrucción.
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