viernes, 6 de agosto de 2010
¿QUÉ POLÍTICOS QUEREMOS?
Aparece en tercer lugar, del reciente barómetro del CIS, repitiendo ya en varias ocasiones, la clase política como un problema para el país. Hemos de preguntarnos si no queremos a este tipo de “políticos” qué políticos son los queremos.
Para no escribir esta nota en negativo, es decir, haciendo un listado de las tropelías, farsas, malas artes, puñaladas y sinvergonzonerías de la que se ha arropado el rol de “clase política” en nuestro país, voy a intentar definir lo que considero las principales virtudes y cualidades que han de tener los políticos en general para ser reconocidos en su labor por los ciudadanos a los que deben representar. Es decir, hacer la nota en positivo.
Se supone que una de las virtudes principales debe venir dada por su capacidad de observar la realidad, saber interpretar la misma, aplicar soluciones que puedan ser a corto, medio o largo plazo, en busca del bien común. Obviamente, esto ha de hacerse partiendo de la honestidad más impoluta, pues se coloca a una persona al frente de una responsabilidad de representación ciudadana para que haga su trabajo, por el cual recibirá unos emolumentos acorde al nivel de dicha responsabilidad. Traducido, los ciudadanos hemos puesto al frente de una responsabilidad de gobierno para todos a una persona a la que pagamos para que haga bien su trabajo para nuestro bienestar.
En tal medida, el político se debe a ese bien común, a la comunidad que le ha dado su confianza para que ejecute las acciones necesarias para conseguir su mejora. No a unas siglas o a un partido que se mueve como bloque monolítico en las decisiones políticas, sino a los ciudadanos de un país, de una comunidad autónoma o de un municipio. El problema se produce cuando cuatro o cinco personas del grupo político concreto toman una posición ante un determinado tema y el resto de los miembros de dicho grupo levantan la mano o aprietan el botón apoyando dicha propuesta; o, por el contrario, de forma también monolítica, los miembros de la oposición hacen lo mismo. Según dicho procedimiento sobraría un buen porcentaje de sus señorías que podrían dejar de ir al parlamento, pues con un voto delegado sería suficiente, ahorrando así dietas y desplazamientos. Exceptuando a los miembros del gobierno, portavoces de los grupos y mesa del parlamento, al resto de los diputados quizás ni los conozcan en la circunscripción por la que fueron elegidos. Son unos seres anónimos que están por allí y que al sonar la llamada a votar se apresuran a apretar el botón que les hayan dicho en su grupo.
Otra de las grandes virtudes que han de suponérsele al político es no mentir, ni siquiera de forma piadosa. Cuando descubrimos una mentira en nuestra vida desconfiamos de esa persona hasta que no vuelva a recuperar nuestra confianza. Y eso también lo aplicamos al mundo de lo político. De ahí que los políticos mentirosos sean los peor valorados por los ciudadanos junto a los ladrones de pro.
Por último, tendrían que tener un gran sentido del servicio público y ser muy conscientes de su representatividad perecedera. Es decir, se deja un trabajo concreto para ingresar el servicio público pero sabiendo que más tarde o más temprano se va a volver al trabajo anterior, o al menos no se va a eternizar como político de profesión. La ciudadanía no valora positivamente el que una persona asuma la política como una profesión y hay quien lleva en esto desde el bachillerato y está a punto de jubilarse.
Sólo con estas tres cuestiones podría mejorar sensiblemente la percepción de los ciudadanos sobre la “clase política” o “los políticos”. Ahora revisen y busquen de lo que tenemos en oferta a ver si encuentran algo que les guste.
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1 comentario:
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