sábado, 19 de febrero de 2011
23 F
Treinta años se cumplen desde el fallido intento de golpe de estado en nuestro país que pretendía acabar con el proceso democrático y que puso en jaque los derechos fundamentales recién adquiridos.
Fue un día raro de un febrerillo el loco que nos regaló un día de sol en Andalucía. Recuerdo perfectamente que me encontraba revisando unas pruebas de mis estudios de filosofía con un cura amigo, para lo cual había acudido a la parroquia después de comer con la vespa que manejaba por entonces. Mientras revisábamos el ejercicio sobre Descartes, con la cadena ser de fondo que siempre estaba puesta en la sacristía, no sé muy bien para qué, nos sobresaltamos con la entrada de Tejero al Congreso de los Diputados.
Tras unos minutos de incertidumbre por lo que estábamos escuchando la cara de nos fue cambiando de color adquiriendo un tono pálido, que nunca había sabido lo que era hasta que me miré en el espejo del baño y descubrí una tez completamente blanca. La Guardia Civil había entrado a tiros al Congreso y se acabó la democracia, pasándose por la cabeza imágenes de otras épocas con una rapidez extraordinaria.
Ejercía de presidente de la Asociación de Vecinos de mi barrio, así que agarré la moto y me fui directamente al local vecinal, saqué los archivos con las fichas y el libro de socios y de actas, y lo quemé en el patio. Al menos de aquí no sacarán ninguna información, fue lo que pensé al prender el montoncito de papeles. Regresé a mi casa y de forma autómata me fui al baño donde me rasuré mi larga barba que por entonces lucía, pretendiendo quizás que tardaran más en reconocerme. De hecho al terminar parecía otra persona y hasta a mí me costaba reconocerme en el espejo.
Volví a salir para la Asociación porque había sesión de cine infantil para los niños del barrio y tenía que avisar. Entonces lo móviles no existían y no había teléfono fijo en la sede. Comprobé in situ que la combustión había eliminado cualquier vestigio de listas o de nombres y revisé de nuevo todos los cajones y archivos en busca de algún documento que pudiera perjudicar a alguna persona por el simple hecho de aparecer su nombre.
Me acordé de comprar pilas para la radio, pasar por la tienda a por pan, galletas, latas de conserva y vino, como quien se dispusiera a pasar algunos días encerrado, llegando a la casa a las siete, ya de noche, donde fueron apareciendo amigos preocupados por la situación. Uno a uno los fui despachando y obligándoles a irse a sus casas, solo faltaba que nos pillarán reunidos, siempre indicándoles antes el punto de reunión del día siguiente para analizar el alzamiento. Sin contar con el cura, les proponía la parroquia al mediodía.
Fue una de las noches más largas de mi vida, porque entonces éramos jóvenes progresistas, activistas sociales y comunitarios, que apostábamos por un cambio social en las barriadas de la ciudad, trabajando con jóvenes, niños, tercera edad, mujeres, y entusiasmados con las opciones que nos daba la democracia de cambiar la realidad.
El miedo a lo imprevisible se había instalado en nosotros y a las 12 del día siguiente, puntuales como un reloj suizo, el grupo se reunió conociendo ya el desenlace de la intentona y la detención de los alzados. Establecimos varios criterios de seguridad que hasta entonces ni se habían pasado por nuestra imaginación, bajo la presunción de que si había ocurrido esta vez podría volver a repetirse y no podría pillarnos desprevenidos. Pero el ambiente ya era otro, mucho más relajados, con unos rostros más sonrientes pero manteniendo la risa con mueca de preocupación.
Estuvieron a punto de cercenar el avance de la democracia en nuestro país. Estuvieron a pocos centímetros de lograrlo y la involución nos hubiera devuelto a la oscuridad de las cavernas. Pero no les salió bien. Así que terminada la reunión nos despachamos a gusto de cervezas y en la despedida, como si nada hubiera ocurrido, uno de los compañeros dijo: bueno, hasta las 8, que tenemos reunión de urbanismo. Nos miramos despacio confirmando la sensación de que a partir de ese momento, con más fuerza que nunca, tendríamos que defender nuestros derechos democráticos como ciudadanos y que una forma de hacerlo era continuar luchando por los cambios sociales que nuestro barrio necesitaba. Y así pasé un 23 de febrero de hace treinta años. Ya me empieza a preocupar esto de hablar de cosas de hace 30 años, será que nos vamos haciendo mayores.
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