domingo, 6 de febrero de 2011

LA DOBLE MORAL DE OCCIDENTE.

Los avances democráticos en el mundo occidental se han consolidado a lo largo del tiempo, marcando un rumbo de difícil vuelta atrás, sobre todo tras la finalización de la segunda guerra mundial y la caída del muro. Estos dos momentos señalan con claridad un camino de difícil retorno a otras expresiones de sistemas de gobierno. A la vez que se ha ido consolidando el sistema se obligaba a otras zonas del mundo a introducirlo como instrumento sobrio de avance y expresión manifiesta del respeto a los derechos humanos fundamentales. No importaba demasiado que las democracias fueran frágiles, tuvieran fallos evidentes o estuvieran en proceso. Lo realmente importante era marcar la trayectoria hacia el modelo que indefectiblemente unía democracia a desarrollo y a las libertades como marketing de venta y que en verdad se traducía en la apertura al libre mercado y al control de las empresas y holding internacionales sobre la economía depauperada de países empobrecidos. La denuncia permanente hacía determinados países que permanecían alejados de esta intención ha tenido una dimensión extraordinaria (Cuba, Corea del Norte y otros), siendo al mismo tiempo absolutamente permisiva e incluso cómplice del crecimiento asiático (China, Vietnam, Camboya, Tailandia) ya que, a pesar de no acatar la democracia occidental habían abrazado muchos de sus contenidos en lo mercantil que interesaba sobremanera a los intereses de occidente. Así, en esta zona, las demandas internacionales se han realizado con la boca chica, tímidamente reclamando derechos humanos, pero al mismo tiempo apoyando todo su proceso económico en beneficio mutuo. Sin embargo, la manifestación más evidente de la doble moral de occidente lo acabamos de ver (y lo continuaremos viviéndolo por unos meses más) en la situación en los países del llamado “mundo árabe”, donde occidente ha callado de forma inexcusable sus demandas de democratización internacional, escondiendo sus intereses reales y siendo cómplice de una situación de mantenimiento de dictaduras amigas que le garantizaban la seguridad en la zona y, sobre todo, la remesa de petróleo necesaria para continuar con la explotación de beneficios. Tanto es así que aunque ahora se echen las manos a la cabeza y se coloquen en primera fila de las solicitudes internacionales de cambio en los países árabes, el huido presidente tunecino, Ben Alí, y su partido (Reagrupación Constitucional Democrática RCD), han formado parte ni más ni menos que de la Internacional Socialista codeándose con los líderes europeos de primera fila sin habérsele cuestionado lo más mínimo la situación en Túnez. Mubarak en Egipto, no sólo ha sido alabado y apoyado por occidente sino que además se le mantenía una ayuda por parte de Estados Unidos de 1.800 millones de dólares para temas de defensa (sin especificar), considerándole el mejor aliado de occidente para garantizar la seguridad de Israel. O el caso de Hassan II y Mohamed VI en Marruecos, que no sólo reciben apoyo total de la Unión Europea y Estados Unidos, sino que se le quiere presentar como aliado en la zona para garantizar la neutralización de avances del integrismo islámico, las olas migratorias y la lucha contra la droga. Ahora todo occidente se rasga las vestiduras y critican la situación que se estaba dando en esos países, situación que todos han mantenido sin fisuras y agarran un nuevo discurso poniéndose al frente de la destrucción de los monstruos que ellos mismos han contribuido a crear. Sin embargo, viendo la dimensión y efecto dominó que pueden tener las revueltas, y los imprevisibles resultados de descontrol sobre el futuro de las alternativas que se pueden dar en determinados países árabes, se han apresurado a dibujar estrategias para garantizar tres de los objetivos que realmente les interesa a occidente. El primero y por este orden, la garantía en el suministro internacional de crudo; el segundo, mantener la seguridad del Estado de Israel; y el tercero, frenar cualquier avance del integrismo islámico aprovechando las revueltas incontroladas. Esta doble moral de occidente debe ser anotada en la historia, debe incluirse en los libros de texto de las relaciones internacionales y que sea aprendida la lección para el futuro. Cuando jugamos con dos barajas, cuando a nivel internacional tenemos distintos raseros de medir, cuando marcamos y dibujamos distintas estrategias dependiendo absolutamente de nuestros intereses particulares occidentales, estamos jugando con un fuego que puede provocar un incendio incontrolado en el cual nosotros mismos hemos encendido la cerilla y abonado el pasto para que arda como la paja seca.

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