miércoles, 23 de febrero de 2011

EL PELIGRO LIBIO.

Parece que los gobernantes occidentales hubieran descubierto estos días que Muammar al-Gaddafi es un dictador. Desde que asumiera el poder de facto el 1 de septiembre de 1969, por cierto sin ningún cargo, la dictadura libia ha estado en el epicentro de todos los movimientos estratégicos en la región. Y es curioso también, que los presidentes de gobiernos europeos y estadounidenses cesaran las presiones sobre el sátrapa libio y les rieran las gracias, incluso aceptando sus regalos equinos. Para lo que no lo recuerden, Estados Unidos ha intentado en seis ocasiones derrocar al régimen libio, siendo el más sonado de los intentos el producido en 1986 cuando aviones norteamericanos bombardearon la capital, Trípoli, ordenada por Ronald Reagan, que por cierto le costó la vida a una de la hijas de Gaddafi. Tras mantener una actitud hostil frente a occidente y ser acusado de financiar el terrorismo internacional, Gaddafi cambió su diplomacia en 2003 acercándose a occidente, siendo consciente del importante valor estratégico que suponía el petróleo libio para los suministros de hidrocarburos a Europa. A partir de esa fecha, occidente prefirió mirar para otro lado en lo que se refería a asuntos internos del país y mantener unas buenas relaciones con el dictador que le suministra un importante porcentaje de la energía que precisan para su consumo de gasolina (a España nos supone un 13% del total que consumimos). Ahora, estos mismos países, como si el fenómeno no fuera conocido, se rasgan las vestiduras y critican al líder libio por la matanzas que ha producido en los distintos movimientos y manifestaciones ciudadanas que piden democracia y libertad en Libia. La Unión Europea, cuya diplomacia está actuando con efecto retardado, incluso analiza la opción de solicitar una intervención humanitaria en caso de que las matanzas continúen y hace un llamado al gobierno libio a cesar en su represión desproporcionada. Estados Unidos, mucho más cauto, sabe que proceder a una intervención, por muy humanitaria que fuese, pondría en peligro la estabilidad en la zona y aumentarían las posibilidades de una guerra abierta en el mediterráneo, colocando en situación de riesgo la seguridad de Israel y el suministro de crudo entrando en una subida incontrolada de precios del barril de petróleo, que no viene nada bien a la recuperación de la crisis económica. Una intervención externa en el país daría comienzo a una guerra en el mediterráneo de incierto desarrollo y podría expandirse con rapidez a la orilla norte amenazando a la propia Italia. Podría desencadenarse una escalada bélica sin precedentes en la zona, desde la segunda guerra mundial, además de un crac provocado por la falta de suministro de petróleo. El escenario no resulta nada claro y parece que las opciones deben agotar las vías diplomáticas para garantizar el cese de la violencia contra la población, el respeto a los derechos humanos y la garantía libia de ir dando pasos hacia una democratización del país. La opción de la guerra, con la intervención externa, solo beneficia a las maltrechas economías occidentales para salir de la crisis, pero realmente no soluciona ningún problema de fondo y amenazaría la paz del mediterráneo y mundial. Todo esto sigue dándose por la falta de previsibilidad de nuestros escasos gobernantes estadistas y por una Organización de las Naciones Unidas cada vez más ineficaz e irrelevante, que tendremos que cambiar de paradigma si queremos afrontar lo que resta de siglo XXI con un mínimo de seriedad y razón en la comunidad internacional.

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