domingo, 19 de junio de 2011
GLOBALIZAR LA INDIGNACIÓN
Independientemente de los efectos que la crisis financiera internacional tenga sobre cada uno de los países, no podemos perder de vista que la misma tiene un carácter global y, por lo tanto, nos afecta globalmente. Y es obvio que dichas crisis no es sino la punta del iceberg de la crisis social, política e institucional que se encuentra en la base de la misma, siendo el problema fundamental que el poder económico es el determinante de la política y no la política (los ciudadanos) los que determinan el funcionamiento económico mundial.
Así considerada la cuestión, podríamos afirmar que la tan cacareada democracia como forma de gobierno menos mala, se encuentra realmente secuestrada por todos los intereses económicos del sistema financiero mundial que nos rodea y que, como la pasarela Cibeles, marca las tendencias, orienta e impone políticas de recortes, apoya o hunde las propuestas políticas, convirtiéndose en el verdadero poder político internacional.
Las distintas manifestaciones de indignación que podríamos resumir desde Porto Alegre, hasta el mundo árabe, pasando por los distintos 15M a nivel internacional, adolecen de una falla al no colocar en primer lugar la indignación sobre el funcionamiento de la política internacional, sus organismos internacionales, desde la ONU hasta sus agencias, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio; a las que habría que sumar las de integración regional, como la Unión Europea, la OEA, la Unión Africana, etc.
Si se enfocan las reflexiones y protestas sobre los elementos locales corremos el riesgo de perder la capacidad de observar el todo (lo global), de ahí la necesidad de recuperar el objetivo de modificar las reglas del juego internacionales porque de ellas depende su concreción nacional. El slogan de “actuar a nivel local, para modificar lo global”, está bien como referencia de que lo que hacemos e intentamos transformar a nivel nacional tiene su repercusión a nivel global, pero en realidad necesitamos tocar con la misma intensidad y simultáneamente lo global para ir transformando lo local.
Para todo ello, es fundamental que nuestros políticos tengan la altura de miras suficiente para ser capaces de batirse el cobre en las instituciones internacionales introduciendo las modificaciones necesarias que repercutan en los objetivos globales de un mundo más justo, más equitativo, más seguro (seguridad desde una concepción holística y no exclusivamente militar) y más digno.
Si no conseguimos modificar la presión del sistema financiero mundial sobre las orientaciones políticas de los propios organismos internacionales que lo sustentan, los cambios y transformaciones logrados en los ámbitos domésticos podrían ser fácilmente absorbidos por el propio sistema para continuar medrando en sus verdaderos objetivos relacionados siempre con el crecimiento y el beneficio. De ahí que se hace imprescindible incorporar el debate sobre lo global en las muestras de indignación de la sociedad y el quehacer político de nuestro país.
No estaría mal ir pensando en la convocatoria de una protesta mundial por el cambio de rumbo de los organismos y en las relaciones internacionales, que permita abordar los temas de cambio climático, hambre, pobreza, analfabetismo, agua, destrucción forestal, contaminación, recursos fósiles, energía alternativa, equidad, enfermedades curables, y un largo etcétera de cuestiones que nos afectan a todos y que repercutirán en el devenir del planeta en las próximas generaciones.
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