viernes, 22 de abril de 2011

¿CABREADOS O INDIGNADOS?

La situación política en nuestro país ha conseguido que la ciudadanía manifieste su repulsa a la llamada “clase política”, haciendo público su rechazo cuando se le pregunta en el barómetro del CIS sobre los problemas más importantes en España y señalando este como tercero. El término más común utilizado por el personal cuando se le pregunta sobre los políticos o los partidos políticos, es el de cabreo. Sin embargo, el cabreo es una expresión de un sentimiento, que puede ser de mayor o menor grado, que suele ser personal y no comporta mayor trascendencia que la manifestación individual del enfado, o del enojo, sentirse airado o iracundo, o en un grado superior sentirse colérico. A los partidos políticos tradicionales, les interesa que el personal tenga este sentimiento de “cabreo” porque piensan que el mismo puede ser modificado desde el discurso político, las acciones de la gestión pública y algunos resultados en las estadísticas económicas y del desempleo. Lo prefieren a que la ciudadanía se muestre indignada. La indignación es sin duda un sentimiento mucho más profundo, pues hace referencia a la pérdida de lo que es digno. Sitúa al individuo ante la demanda de unos derechos fundamentales y a partir de ese momento busca la opción de colectivizar el sentimiento y plantearse las opciones de cambio del mismo. Es decir, aquí el individuo adquiere un papel más de protagonista, pues al sentirse indignado se pregunta si esta situación no tiene remedio y analiza las posibles oportunidades de modificar lo que considera indigno. Se considera indigno el que se produzcan innumerables casos de corrupción en la gestión de lo que es de todos, que los partidos políticos busquen el poder por el poder sin atender las necesidades reales de la población, que coloquen personas imputadas en sus listas electorales, que el valor del voto ciudadano no sea el mismo dependiendo de la circunscripción electoral en la que votes, que el sistema financiero siga obteniendo cuantiosos dividendos mientras las clases medias de este país ven como se les reduce su poder adquisitivo, que aumente el desempleo sin cesar sin aplicarse medidas correctoras reales, y un sinfín de indignaciones que colocan al individuo sobre la reflexión. Mientras el cabreo puede ser un sentimiento pasajero y controlable, y el cabreado manifiesta el mismo como máximo en sus círculos de relación más cercanos, la indignación se adentra en la responsabilidad de recuperar lo que es digno. Cuando uno siente que está perdiendo su dignidad, o que se la están cercenando, tiene la obligación de la reacción. Y cuando el sentimiento es colectivo entra en juego la aplicación de las medidas correctoras. El único mecanismo, no violento, de intentar recuperar la dignidad, lo digno, son las urnas. Por eso, en las próximas elecciones municipales y autonómicas, y en las siguientes generales y andaluzas, la ciudadanía no debería votar desde el cabreo, sino desde la indignación como mecanismo para recuperar lo digno, y en sus manos está, en su voto, una reacción para recuperar la dignidad que hemos ido perdiendo gramo a gramo.

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